En la crónica sobre una velada teatral de enorme éxito en Daimiel, se reprodujeron algunos fragmentos de la pieza teatral “Un ensayo” escrita por Gaspar Fisac Orovio e interpretada por niños que hacían papeles de adulto, tal como se ha comentado ampliamente al respecto en el capítulo primero de este libro. De esta forma se han podido rescatar algunos versos y unirlos al resto de la obra poética que compone este quinto y último capítulo.
La función se celebró el 28 de agosto de 1885 pero no fue hasta el 8 de septiembre de 1885 cuando aparecieron la crónica y los versos publicados en el nº 6 del joven y nuevo periódico bisemanal “El Eco de Daimiel”.
He aquí un fragmento de las redondillas que interpretaba uno de los niños actores:
Reposa un punto, viajero,
pobre médico, reposa:
¿Morirá el niño?... ¿mi esposa?...
No puedo esperar... ¿qué espero?
Si en esta senda infinita
que recorro sin cesar
solo podré descansar
si hallo otra vida bendita.
Se encorva el cuerpo perdiendo
su vigor y lozanía;
mi existencia es flor de un día
¡y pronto irá anocheciendo!
Que entre mis negros mechones
cuaja la nieve el destino,
como el polvo del camino
sobre campos de ilusiones.
Y vertiendo por igual
de la ciencia el rico fruto,
voy prestando mi tributo
del palacio al hospital.
Contra la muerte en batalla
les presento el cuerpo mío,
ya a la nieve, ya al estío,
ya al incendio, o la metralla.
Y en los mares y en el llano,
y en la ciudad y en la aldea,
no encuentro ser que no sea,
puesto que sufre, mi hermano.
Solo escucho en derredor
el gemido del doliente,
y una arruga hace en mi frente
cada grito de dolor.
Ni en el lecho al arrojarme
gozo el sueño apetecido,
ni en el hogar, al olvido
del mundo, puedo entregarme.
Que a menudo en noche umbría
y entre lluvias torrenciales,
corro a escuchar entre males
estertores de agonía.
Un enfermo agonizando,
y una mujer junto al lecho,
el rostro en llanto deshecho,
mis respuestas anhelando;
y si por dicha a la vida
va volviendo el triste ser
de aquella pobre mujer,
toda el alma agradecida.
Mas tal cuadro alguna vez
nubla con llanto mis ojos,
que solo miran despojos
de amarilla palidez...
De la ciencia sacerdote,
hoy solo puedo rezar,
que he importado ya a mi hogar
de la epidemia el azote.
Me hace impotente... y me hiere...
¡y a mi esposa, que es tan buena!
Yo el contagio... yo... ¡qué pena!
¡Hijo querido... se muere!...
O fuerzas para luchar,
o un rayo para morir,
que yo no puedo vivir
viendo la muerte en mi hogar.
viendo la muerte en mi hogar.
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