Capítulo 22.- El mío está primero
Mientras
el sargento Miñambres continuaba dando sus clases de extraño asturiano al
heterogéneo grupo de detenidos (por cierto, el amasijo de pizza regada con pis,
ya se había enfriado por completo), Pedro seguía allí entre los restos de su
chalet, más parecido ahora a los restos de Fort Apache tras el ataque de los
indios. Entre las cenizas relucían algunos trozos de cristal y cerámica gracias
a la luz que le llegaba de las llamas que consumían el chalet de Jacinto y eso
le proporcionaba un gran placer.
Todo
quedó interrumpido con el sonido de la sirena de los bomberos que acudían allí
tan solo dos horas después de recibir el aviso ya que antes habían tenido que
rescatar a un gatito atorado en el tubo de un desagüe. Para disimular, Pedro
cogió del jardín un cubito de playa y lo llenó de agua de la piscina para
simular que estaba tratando de apagar el fuego, aunque se sorprendió al ver
cómo los bomberos iban directamente al chalet de Jacinto y no al suyo.
- ¡Oigan! ¡Que el mío está primero! -les gritó.
Pero los bomberos no le hicieron caso y dirigieron sus mangueras hacia las llamas que devoraban el chalet vecino.
- ¡Oigan! ¡Que el mío está primero! -les gritó.
Pero los bomberos no le hicieron caso y dirigieron sus mangueras hacia las llamas que devoraban el chalet vecino.
Una novela en donde el humor alcanza el estado de gracia…
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