Capítulo 14.- Anís, tienes nombre de
mujer fatal
-
¿Toribio? ¿Eres tú? ¿Qué haces en la ambulancia? -dijo Jacinto.
- Pi, peñó, Tobibio, achu sevicho. Palope piera madar. Apus piez, poña Pioleta –(Esta es una transcripción realizada gracias al metro de platino e iridio que se encuentra en el Museo de Pesas y Medidas de París, de los extraños sonidos guturales que emitía Toribio, con la boca llena de jamón, masticando dentro de su boca tumefacta por el impacto de alguna mano perdida del guardia Enrique en justa venganza por la humillación proferida a su sacrosanto tricornio).
- Pero Toribio, trague, por lo que más quiera, que no se le entiende nada. Beba, hombre de Dios. Beba -le conminó Jacinto.
Violeta le acercó un vaso lleno del contenido de una botella de La Casera que estaba en una mesita dentro de la ambulancia.
- Removido, no agitado, por favor -expresó, Toribio, más o menos, en el lenguaje de señas para sordos albanokosovares.
Toribio se apretó el contenido de un solo trago, a su estilo. De inmediato, se le salieron los ojos de las órbitas. Las orejas parecieron deshacerse momentáneamente como los relojes de Dalí, para luego engrandecerse de manera descomunal hasta parecer el mismo Dumbo. De color fucsia con pintas amarillo Piolín, por más señas. Después de múltiples convulsiones propias de un bailarín de hip-hop hiperactivo, Toribio perdió el poco conocimiento que tenía. ¡Zás! Mortis calavera. Se había bebido un vaso de éxtasis líquido mezclado con anís seco Machaquito que los enfermeros de la ambulancia habían recogido de la última intervención en el poblado rumano El Gallinero, pensando que era gaseosa con la que hacerse un tinto de verano para cenar.
“Alguien
se ha cargado a alguien. ¡Vaya!”.
- Pi, peñó, Tobibio, achu sevicho. Palope piera madar. Apus piez, poña Pioleta –(Esta es una transcripción realizada gracias al metro de platino e iridio que se encuentra en el Museo de Pesas y Medidas de París, de los extraños sonidos guturales que emitía Toribio, con la boca llena de jamón, masticando dentro de su boca tumefacta por el impacto de alguna mano perdida del guardia Enrique en justa venganza por la humillación proferida a su sacrosanto tricornio).
- Pero Toribio, trague, por lo que más quiera, que no se le entiende nada. Beba, hombre de Dios. Beba -le conminó Jacinto.
Violeta le acercó un vaso lleno del contenido de una botella de La Casera que estaba en una mesita dentro de la ambulancia.
- Removido, no agitado, por favor -expresó, Toribio, más o menos, en el lenguaje de señas para sordos albanokosovares.
Toribio se apretó el contenido de un solo trago, a su estilo. De inmediato, se le salieron los ojos de las órbitas. Las orejas parecieron deshacerse momentáneamente como los relojes de Dalí, para luego engrandecerse de manera descomunal hasta parecer el mismo Dumbo. De color fucsia con pintas amarillo Piolín, por más señas. Después de múltiples convulsiones propias de un bailarín de hip-hop hiperactivo, Toribio perdió el poco conocimiento que tenía. ¡Zás! Mortis calavera. Se había bebido un vaso de éxtasis líquido mezclado con anís seco Machaquito que los enfermeros de la ambulancia habían recogido de la última intervención en el poblado rumano El Gallinero, pensando que era gaseosa con la que hacerse un tinto de verano para cenar.
Una novela en donde el humor alcanza el estado de gracia…
“El dulce gorjeo del buitre en celo”: https://www.bubok.es/libros/210805/El-dulce-gorjeo-del-buitre-en-celo
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