El Automovilismo es un deporte, una de cuyas modalidades
es la denominada Turismo carretera, una categoría argentina de automovilismo de
velocidad creada en el año 1939 y considerada la más importante de Argentina.
Por consiguiente, todo aquél que haya circulado por carretera a gran velocidad
y cronometrando los recorridos, habrá practicado -voluntaria o
involuntariamente- este deporte, aunque su único rival fuese él mismo. Como su
nombre indica, cualquier automóvil de turismo es apto para participar en estas
competiciones y yo he tenido en mi escudería un buen número de vehículos tal
como describiré más adelante. Pero ¿cómo surgió mi afición por el
automovilismo, máxime cuando mi padre no tenía coche, no sabía conducir, no
entendía nada de coches y no le interesaban lo más mínimo los coches?
Todo comenzó en el año 1958 cuando mi primo Pepe me
regaló un enorme montón de fichas para montar en los coches de choques de la
Feria de Daimiel. Ahí empecé a cogerle gusto a eso de pilotar. Desde entonces
cada vez que acudía a una Feria (en donde nunca falta este tipo de atracción) o
cada vez que iba a un Parque de Atracciones, la prueba de conducción era una de
mis favoritas. Pero saltar a la carretera exigía tener el carnet de conducir y
eso me propuse al cumplir los 21 años. Claro que lo que yo quería era conducir,
no aprenderme un libraco enorme con todas las normas de tráfico y un montón de
cosas absurdas que jamás iba a utilizar. Algunas de las cosas que se exigían en
este examen eran, por ejemplo, ¿cuánto peso por eje puede aguantar un camión de
16 ruedas? “¿Pero es que están locos? ¡Si yo no quiero ser camionero, sólo
quiero conducir un utilitario!”, protesté al profesor. “Esto es lo que hay –me
contestó- así que no hay más remedio que aprendérselo”. Me resultaba tan
absurdo tener que aprenderme una serie de cosas que jamás iban a tener ninguna
utilidad para mí que no me lo estudié, simplemente le eché un vistazo al libro
y me centré en aquello que consideraba más útil y práctico. Pero llegó el
examen y contenía muchas preguntas de esas absurdas, y lógicamente suspendí y
no pude pasar al examen práctico. Como –tanto antes como ahora- cuesta mucho
dinero sacarse el carnet de conducir, me esmeré para la siguiente convocatoria
y en esa segunda oportunidad aprobé el examen teórico, pasé al práctico y lo
aprobé a la primera. Eso sí, debo decir que aquellas cosas absurdas que me
obligaron a aprenderme para poder aprobar el examen se me olvidaron a los pocos
días y nunca más he vuelto siquiera a recordarlas. Para que veáis lo útil (o
sea, inútil) que es el examen teórico de conducir; no sirve para nada, sólo
para recaudar dinero.
Vicente Fisac es periodista y escritor. Todos sus libros están disponibles en Amazon: https://www.amazon.com/author/fisac
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