Pues bien, volviendo al Tenis, en ese ambiente y en esa
década de los 60, me encontré un día en el trastero una vieja raqueta de Tenis.
Era de madera, las cuerdas de tripa y muy bien tensadas a pesar de los muchos
años que debía llevar allí, un mango que no llegaba a abarcar con la mano, y un
peso que te exigía un gran esfuerzo muscular simplemente para sostenerla y
resistir la fuerza de gravedad que la atraía como un imán hacia el suelo. Como
algún amigo mío también tenía una raqueta de Tenis, no tan histórica como esta,
pero no mucho mejor tampoco, decidimos empezar a jugar a este privilegiado
deporte. Pero, claro, nosotros no éramos privilegiados y no éramos socios de
ningún Club de Campo en donde la simple inscripción como socio requería –además
de la recomendación de otro socio- un desembolso a fondo perdido de varias
decenas de miles de pesetas. En aquellos heroicos primeros años, tampoco
existían campos municipales ni de cualquier otro tipo en donde practicar este
deporte, así que con dos pelotas (las que compramos en Galerías Preciados) nos
fuimos a la Casa de Campo. Una vez allí, la tarea no resultaba sencilla: había
que encontrar un trozo de suelo que fuese más o menos llano, que no estuviese
en cuesta, libre de pedruscos y matojos, y para colmo que tuviese más o menos
hacia su mitad dos árboles (ya explicaremos para qué). Eso nos llevaba bastante
tiempo pero siempre encontrábamos alguno que reuniese, aproximadamente, esas
características. Llevábamos una cuerda y la atábamos a esos dos árboles: esa
era la “red” que dividiría el campo en dos mitades iguales (más o menos).
Quedaba después el trabajo de delimitar las líneas del terreno de juego, para
lo cual cogíamos un palo e íbamos dibujándolas a pulso sobre el suelo
(cualquier parecido de aquellas líneas con una línea recta, era pura
coincidencia). Una vez a nuestra disposición aquél artesanal terreno de juego,
ya podíamos empezar la partida.
Era la primera vez, y el objetivo estaba muy claro: había
que acertar a darle a la pelota en el saque, y muchas veces era el aire el que
se llevaba el raquetazo mientras la pelota caía sorprendida como un peso muerto
ante nuestros pies. Sin embargo, cuando acertabas a darle a la pelota, el
resultado no era mejor: la pelota salía disparada a varias decenas de metros de
distancia y había que ir a buscarla entre los arbustos, hoyos, cestas de la
merienda de algún dominguero cercano, etc. Sólo teníamos dos pelotas (de Tenis,
bueno, y también de las otras) y había que ir a buscarlas (las de Tenis) porque
eran muy caras (las de Tenis; las otras eran de valor incalculable).
A fuerza de práctica en esas condiciones, sin nadie que
nos ensañase a coger la raqueta ni a dar golpes, nos hicimos autodidactas de
este deporte, en donde el revés era un golpe que no existía (en mi caso porque
como no abarcaba con la mano el grueso mango de la raqueta, si intentaba darle
de revés el impacto de la pelota hacía que la raqueta se me escapase y cayese
al suelo), los globos eran el golpe más habitual (y más peligroso para la
aviación comercial: no sé si alguno de mis “globos” acabaría impactando con
algún avión de Iberia), la raqueta la manejábamos como si fuese una sartén (era
el parecido que nos resultaba más familiar y nuestra madre haciendo tortilla de
patatas era lo más parecido a un tensita que habíamos visto hasta entonces), y
como ya he dicho antes, bastante teníamos con acertar a darle a la pelota. Pero
varias partidas más tarde ya fuimos capaces de dar varios golpes seguidos (no
muchos, dos o tres) lo que nos llenaba de una enorme satisfacción y si alguna
vez llegábamos a cuatro golpes, soltábamos las raquetas y dábamos saltos de
alegría por el nuevo record conseguido. Por supuesto que en aquellos primeros
partidos no contábamos otra cosa que el número de veces que acertábamos a darle
a la pelota. Con eso ya teníamos bastante.
El número de veces que practicábamos el Tenis era muy
escaso, solo unas pocas veces cada año, y la velocidad de progreso era
extremadamente lenta. No obstante aprendimos, gracias a esas sesiones, a que la
pelota botase dentro de las líneas marcadas para el campo contrario... por lo
menos en el primer golpe. ¡Caray, tampoco hay que exigir tanto!
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