El año de 1982 alcancé las cotas más altas nunca imaginadas
en mi carrera tenística: participación en dos Torneos de Tenis resultando
ganador en ambos del mejor premio: un “Entrenador de Tenis” y un “Televisor
portátil”. Dos premios que, a partir de ese momento, y hasta su muerte natural
muchos años después, me acompañaron siempre en los viajes de vacaciones. El
“entrenador” me ayudó a seguir mejorando mi técnica (incluso aprendí a dar de
revés y hacer algún que otro “smash”) así como a moverme de un lado a otro y no
quedarme tan estático al fondo de la pista como hasta entonces; y el televisor
(que incluso podía enchufarse al encendedor eléctrico del coche) evitó que me
perdiese ningún episodio de “Falcon Crest” o de cualquier otra película, serie
o programa que, en definitiva, nos interesase ver.
Me había convertido en un “maestro” del Tenis y ya era
mejor que mi suegra, que mi mujer o que mi hijo pequeño, y así se demostraba
cuando jugaba con ellos siempre que el hotel de las vacaciones tuviese pista de
Tenis, como por ejemplo el Hotel Termas Pallarés, de Alhama de Aragón, que
tenía una pista de tierra batida (¡como las de Roland Garrós!), o en las pistas
reglamentarias que diversos hoteles de Gandía, Torremolinos, etc. ponían a
nuestra disposición. No obstante, el Tenis se había convertido para mí en un
deporte “de verano” ya que solo lo practicaba durante las vacaciones y en ese
entorno familiar.
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