lunes, 19 de febrero de 2024

Caza (1)

Se dice que el origen de la Caza es tan antiguo como el mismo ser humano, aunque entonces se hacía para subsistir y después pasó a hacerse por placer, y ya decía Ortega y Gasset que “la muerte es imprescindible para que exista la cacería”. Es decir, la caza es un deporte que consiste en matar a los animales y como eso suena muy feo se le llama muy a menudo “Actividad cinegética”.
 
El ser humano ha evolucionado y yo también lo he hecho. De niño y joven veía bien, y hasta valeroso y heroico, el hecho de dar muerte a los animales a través de la “Actividad cinegética”. Después comprendí que era mejor disparar con una cámara de fotos, que ofrece las mismas satisfacciones pero sin sufrimiento de nadie. Pero sí, haciendo repaso de los deportes que he practicado, tengo que reconocer que también he practicado la Caza en mis tiempos jóvenes.
 
Al principio sólo se trataba de algún insecto, como los grillos, y sin embargo la experiencia me hizo comprender lo aterrador que llega a ser sentirse enjaulado. Tenía un buen oído (no como ahora) y me acercaba sigilosamente hacia donde oía el cri cri. Cuando el grillo se daba cuenta de mi presencia y dejaba de cantar, ya era tarde, ya lo tenía localizado y con gran habilidad lo capturaba. Una de esas cacerías fue exageradamente fructífera. Atrapé muchos grillos y los fui metiendo en una misma caja. Unas horas después, cuando me disponía a sacarlos para meterlos en sus jaulitas individuales... de allí no salió ningún grillo, sólo miembros amputados, ya que todos –desesperados por ese encierro- se habían masacrado unos a otros.
 
Años después, viviendo ya en Madrid, subí un escalón y me dediqué a la Caza y captura de otros seres más peligrosos, los arácnidos, como por ejemplo escorpiones y tarántulas. Salía con mis amigos al campo provisto de recipientes para las capturas. Torrelodones, por ejemplo, era un sitio ideal para la caza de estos poderosos arácnidos. Después los metíamos en unos grandes tarros de cristal convertidos en verdaderos terrarios, en donde les dejábamos suficiente espacio para moverse y esconderse, y cada día les proveíamos de cebo vivo: moscas, etc. (que cazábamos a diario para ellos). Un día, mi amigo Paco Sanz Cabrera, quiso hacer un experimento. Había leído que los escorpiones sólo picaban a aquello que se movía, así que decidió comprobarlo, aunque por si acaso yo estaba a su lado con alcohol, vendas, pinzas, etc. Apartamos al escorpión a un rincón de su recinto mientras Paco metía la mano y la dejaba inmóvil. Al dejar libre al escorpión este comenzó a recorrer nervioso su recinto, pasando repetidas veces junto a la mano inmóvil... a la que no picó. Se demostró así que los escorpiones sólo atacan a lo que se mueve. Y se demostró también la inconsciencia de mi amigo.
 
Volví a subir otro escalón más y, al llegar el verano y las vacaciones en el pueblo, me dediqué a animales más grandes. Tenía una escopeta de aire comprimido y con ella salía algunas veces por los alrededores de la finca a cazar gorriones. En mi descargo puedo decir que la Caza (la muerte de los animales) ya no me daba placer salvo que fuese para comérmelos. Y así lo hice. Cada vez que cazaba un gorrión se lo daba a la cocinera que teníamos los veranos en la finca familiar y me lo guisaba, bien fuera con patatas o frito, y yo me lo comía satisfecho aunque en el fondo me daba también algo de pena y eso que nunca vi cómo lo desplumaban, destripaban, cocinaban... No me gustaba hacer sufrir a los animales y no me gustaba ver sangre. Puedo citar como anécdota que mi amigo Benjamín Conde y yo queríamos hacernos hermanos de sangre, pero yo no me atrevía a hacerme un corte a propósito para así poder mezclar ambas sangres. Tuvimos que esperar a que yo me hiciese casualmente una herida para que él –que siempre había estado dispuesto- se hiciese a continuación un corte en la mano a fin de completar la ceremonia y lograr que, por fin, fuésemos a partir de aquél momento verdaderos “hermanos de sangre”.
 

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