sábado, 24 de febrero de 2024

Ciclismo en ruta (y 3)

Muchos años después, viviendo ya en Madrid, se despertó de nuevo mi afición por el Ciclismo en ruta, aunque no como ciclista sino como seguidor. No me contentaba con presenciar en directo la llegada de la Vuelta Ciclista a España a Madrid, ese último día en que ya estaba decidido quién era el ganador y llegaban a Madrid subiendo por las cuestas de la Dehesa de la Villa hasta llegar al Paseo de la Castellana en el que daban varias vueltas, sino que también me desplazaba con mi hijo a algún lugar cercano para presencia el paso de la carrera (como Colmenar Viejo, por ejemplo) o incluso un emocionante final de etapa como el que presenciamos una vez en las destilerías DYC de Segovia y en donde Perico Delgado dejó sentenciada la carrera, alzándose poco después con el triunfo final.
 
Hay, sin embargo, otro hecho más curioso que viví en este deporte y fue en el año 1985 cuando un proveedor, al que de vez en cuando compraba regalos publicitarios para utilizarlos en las promociones que hacía como Jefe de Publicidad de la empresa de agroquímicos ICI-Zeltia (hoy Syngenta) en donde trabajaba, me dijo que era amigo del organizador de la Vuelta Ciclista a España y que si quería podía ir con él un día en la caravana publicitaria que precede cada etapa de la Vuelta. Me pareció una idea muy atractiva y así quedé con él temprano. Fuimos al lugar de salida de la etapa de ese día, que era la Valladolid-Zamora, y allí recogimos las acreditaciones, no sólo las que debíamos llevar colgadas al cuello sino también las pegatinas que debíamos pegar en el parabrisas del coche para que se viese bien a las claras que nuestro vehículo estaba autorizado.
 
En general, los vehículos de la caravana publicitaria salen antes que los ciclistas y van haciendo el mismo recorrido. De vez en cuando paran al paso por algún pueblo o lugar donde se haya concentrado la gente esperando ver a los ciclistas, y les regalan gorras, camisetas, bolígrafos, pegatinas, etc. Como no pueden interferir con el normal desarrollo de la carrera, van siempre muy por delante de los ciclistas y llegan a la meta con mucha antelación para seguir desde allí su actividad promocional porque, además, en las metas es donde se reúne la mayor cantidad de gente. Pero a diferencia de ellos, en nuestro caso estábamos allí como invitados para ver “por dentro” cómo es una etapa ciclista y todo lo que se mueve alrededor.
 
Inicialmente salimos con la caravana publicitaria como uno más de tantos vehículos que hacían sonar su megafonía y lucían todo tipo de publicidad. La caravana paró en la confluencia de la carretera principal con el cruce de un camino que llevaba a un pueblo, ya que toda la gente de ese pueblo había acudido allí para ver pasar la carrera. Cualquier aglomeración de gente era una oportunidad que no se podía desaprovechar para hacer publicidad, y así lo hicieron, pero cuando acabaron y arrancaron de nuevo para seguir... nosotros –como privilegiados que éramos- no lo hicimos, sino que nos quedamos para ver pasar la carrera como unos espectadores más. Una vez hubieron pasado por aquél cruce los coches y motos oficiales y los ciclistas en pleno esfuerzo, cogimos otros caminos alternativos (ya no podíamos seguir por el mismo sitio puesto que hasta mucho después no se reanudaría el tráfico en esa carretera destinada a los ciclistas) para adelantarlos y esperarlos más adelante en otro pueblo. Llegamos así a otro cruce en donde había una Meta Volante y los vimos pasar. Otra vez –plano en mano- buscamos nuevos desvíos para adelantarlos y esperarlos... y así varias veces hasta que nos dimos cuenta que faltaba poco para llegar a Zamora, en donde estaba la Meta, pero... calculamos mal, los desvíos para adelantarlos nos habían hecho perder demasiado tiempo y cuando enfilamos la entrada a Zamora varios motoristas de la Policía de Tráfico empezaron a pitarnos y hacernos señas para que nos desviásemos.
 
Nuestro coche estaba autorizado, eso se veía a la legua, pero estábamos en el lugar y hora que correspondía a los ciclistas no a la caravana publicitaria. Giré la cabeza y vi el coche de cabeza de carrera que casi nos estaba dando alcance, con las luces amarillas parpadeantes, otro par de motoristas a su lado... y los ciclistas que formaban el reducido grupo de cabeza de carrera. Vimos cómo cien metros delante de nosotros corrían unos operarios y movían unas vayas mientras un policía agitaba desesperado los brazos para indicarnos que nos metiésemos por ese desvío. Así lo hicimos e inmediatamente colocaron la valla otra vez en su sitio resguardando a los vehículos oficiales y ciclistas de cabeza que a los pocos segundos ya estaban enfilando el último tramo de circuito urbano que conducía a la Meta. Aparcamos como pudimos y aún nos dio tiempo para correr hacia la línea de llegada, situarnos bien y ver (y fotografiar) el sprint final.
 
Como recuerdo de aquella experiencia que muy pocas personas habrán vivido, conservo aún mi credencial y el libro de carrera en el que por cierto se detallaban todas las incidencias que habrían de encontrarse los ciclistas en la etapa: curvas, estado del piso en cada tramo, subidas y bajadas con el correspondiente porcentaje de desnivel, etc. y nos llamó la atención que en algunos lugares, antes de entrar en alguna ciudad se leía “bandas sonoras”. “¿Qué será eso?”, nos preguntamos. “¿Habrá una banda de música al entrar en esa ciudad?”, nos dijimos. Pero no, comprendimos al pasar por encima de ellas y retumbar el coche, que ese era el nombre que se daba a los hoy tan populares resaltos para evitar que los coches corran mucho en determinados lugares, pero que en el año 1985 aún eran poco frecuentes.
 
También conservé un tiempo, aunque luego acabé tirándola, la pegatina que llevábamos aquél día en el parabrisas. Me la quedé y la puse en el parabrisas de mi coche y así estuve circulando con ella por Madrid varios días, todo orgulloso del privilegio que había vivido.
 
Muchos años después, me compré un piso en Tres Cantos, en donde el campo está ahí mismo y en donde existe una carretera con un carril bici perfectamente señalizado. Me compré una bicicleta, esta vez sí que tenía marchas y pesaba menos, aunque la elegí de paseo por dos razones: la primera, que quería que me sirviera para todo, para ir por carretera, por el pueblo o por caminos de tierra; y la segunda, que tuviese un sillín cómodo para no volver a padecer hemorroides (y los sillines de las bicis de carrera son criminales en este sentido).
 
Ya estaba, pues, adaptado a los nuevos tiempos: bici adecuada y carriles bici estupendos para circular... pero me faltaba otra cosa: juventud. Así que seguí dando paseos, bien por el carril bici (aunque no más de 20 kilómetros entre ida y vuelta) o haciendo Trial bike (como detallo en otro capítulo de este libro) por los caminos de tierra de los alrededores de Tres Cantos.
 

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