Buceo
Al hablar de mi experiencia en el deporte del
Submarinismo, se entiende como tal al hecho bucear en el mar. Porque el Buceo,
que es un término más amplio, se suele dar (y cito textualmente) al “acto por
medio del cual el ser humano se sumerge en cuerpos de agua, ya sea el mar, un
lago, un río, una cantera inundada o una piscina”, bien sea con o sin ayuda de
quipos especiales.
En mi caso el Buceo lo he practicado en las piscinas de
los hoteles en donde pasaba mis vacaciones de verano. Provisto de las
correspondientes gafas de bucear, me imponía el reto de atravesarlas de lado a
lado buceando, y si no eran muy grandes, de hacer ida y vuelta buceando. Una
tarea que conseguía de una sola tacada, sin necesidad de salir a respirar, y
que repetía casi a diario. Otras veces, jugaba a tirar cosas al fondo de la
piscina y buceaba para cogerlas. Y algunas veces me ponía aletas para alcanzar
mayor velocidad en el buceo, actividad que practicaba –lógicamente- a unas
horas en que no hubiese muchas personas en la piscina.
Pero mi primera experiencia con el Buceo hay que
encontrarla en los años de la infancia, cuando estaba aprendiendo a nadar en la
alberca (piscina rural) que había en la finca de mi abuelo en Daimiel. Una vez
conseguido el desafío de aprender a nadar, el siguiente paso era aprender a
bucear, pero me daba mucha cosa eso de meter la cabeza bajo el agua, porque el
ser humano tiene muchos agujeros en su cuerpo y yo creía que el agua me iba a
entrar por todos ellos. Fue así como diseñé una técnica un tanto complicada,
que consistía en taparme un oído y el agujero de la nariz de ese lado con una
mano (el pulgar tapaba el oído y el meñique la fosa nasal de ese lado) y con la
otra mano hacía lo correspondiente en el otro lado del cuerpo. Obturados de
esta forma esos agujeros, inspiraba aire, cerraba los ojos y la boca, y metía
la cabeza dentro del agua. Al cabo de un rato sacaba la cabeza del agua para
respirar... pero no podía abrir los ojos, porque mis pestañas eran tan largas
que se me pegaban unas a otras con el agua. ¡Qué ojazos tenía!
Por fin un día comprendí que no era normal que el agua
entrase por los oídos, al menos a borbotones como pensaba, y comencé a meter la
cabeza debajo del agua tapándome simplemente la nariz. Aquello funcionaba y el
siguiente paso fue tirarme al agua, comenzando a practicar los Saltos ornamentales (pero esto lo veremos más adelante).
El descubrimiento de las gafas de bucear fue fundamental
para liberarme: ya no se me enredarían más las pestañas ni tendría que taparme
la nariz, y dispondría con entera libertad de mis brazos para nadar bajo el
agua. De esa forma, las gafas de bucear se convirtieron siempre en amigo
inseparable durante las vacaciones, y el Buceo en uno de mis deportes favoritos
de verano.
Una novela en donde el humor alcanza el estado de gracia…
“El dulce gorjeo del buitre en celo”: https://www.bubok.es/libros/210805/El-dulce-gorjeo-del-buitre-en-celo
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