La Apnea es conocida también como buceo libre o por el
término inglés Freediving, es un deporte extremo y consiste en aguantar la
respiración bajo el agua, bien sea recorriendo determinadas distancias o
descendiendo a las profundidades. Para practicarla se necesita una excelente
preparación física la cual por sí sola no es suficiente, ya que tiene que ir
acompañada de una buena relajación mental y una alimentación e hidratación del
cuerpo que le permita aguantar las altas presiones hidrostáticas. Siendo así, y
teniendo en cuenta que nunca destaqué por una excelente preparación física
¿cómo es posible que haya practicado este deporte de riesgo?
Sin ir más lejos debo reconocer que a la edad de cinco
años debí batir el record de permanencia bajo el agua. Estaba jugando con mi
cubo y pala en los jardines de la finca de mi abuelo en Daimiel, haciendo barro
para construir con él –a falta de arena de playa- unos rudimentarios castillos.
Mientras tanto, mis padres estaban en el interior de la casa dedicados a sus
quehaceres habituales. Como mi proyecto de albañilería necesitaba más agua, me
fui a la alberca (piscina rural utilizada para el regadío) para llenar el
cubito con el que jugaba. En aquella ocasión la alberca no estaba llena del
todo aunque sí lo suficiente para cubrirme, así que me puse de rodillas en el
borde y como no llegaba hasta el agua tuve que inclinarme más de lo debido y
esto hizo que cayese de cabeza a la alberca. Sin saber nadar, con el susto de
la caída y sin llegar a tocar el fondo porque el agua me cubría por completo,
no pude sino llamar a mis padres y a cada grito que daba no conseguía sino que
un torrente de agua entrara por mi garganta, sin que aquellas llamadas de
auxilio resultasen audibles para nadie... bueno, quizás sí para el
subconsciente, porque mi padre se preguntó a sí mismo “¿qué estará haciendo
Vicentito?” y decidió ir a buscarme. Llegó al jardín y allí no vio nada ni oyó
nada. Entonces el corazón le dio un vuelco y pensó que quizás me había caído a
la alberca, así que corrió hacia ella.
Mientras tanto yo seguía bajo el agua, tratando de pedir
ayuda inútilmente mientras tragaba y seguía tragando agua. Recuerdo que
entonces noté cómo una mano me cogía y todo se volvía negro. Momentos después
recobré el sentido mientras mi padre me tenía boca abajo, colgado de los pies,
y yo parecía una fuente echando agua por la boca como un surtidor sin fin. El
caso es que aquello tuvo final feliz e incluso divertido: cuando mi padre
comprobó que yo volvía a la vida y una vez me vio estabilizado, pidió al casero
que unciese la mula a la tartana para llevarme al médico del pueblo, ya que la
finca estaba a dos kilómetros y medio de Daimiel. El médico me examinó y dijo
que todo estaba bien, así que sólo me recomendó un día de reposo y tras estas
buenas noticias regresamos a la finca. Sin embargo, a diferencia del camino de
ida al médico, el camino de regreso a la finca fue sumamente accidentado, ya
que cada pocos minutos yo pedía que parasen un momento porque me estaba
haciendo pis (de tanta agua como tragué durante mi récord involuntario de
Apnea). No recuerdo cuántas paradas hicimos en ese camino de regreso, pero os
aseguro que fueron muchas.
Quizás por este temprano suceso, el aguantar la
respiración se convirtió en un juego recurrente, no con mucha frecuencia, pero
sí a lo largo de toda mi vida. Recuerdo que cuando estaba en el colegio, con 10
años de edad más o menos, ya jugaba con mis amigos a ahorcarnos con las cuerdas
de las persianas de la clase, tratando de aguantar lo más posible. La fortaleza
del cuello y la relajación mental eran imprescindibles para resultar ganador en
tales juegos más propios de unos descerebrados que de unos niños. Después,
pasada aquella efímera moda y habiendo aprendido a nadar y bucear, le fui
tomando gusto a eso de aguantar la respiración tanto fuera del agua como bajo
ella. Solía pedir que me cronometrasen y entonces me sumergía, sorprendiendo a
quienes estaban fuera los cuales se preocupaban según iban pasando los segundos
y, sobre todo, cuando superaba los 60 segundos bajo el agua sin respirar.
Hoy en día, me sigue gustando probar de vez en cuando la
capacidad de mis pulmones aunque esté fuera del agua y, a pesar de todos los
años que tengo, continúo superando con facilidad un minuto en Apnea. No tengo
más que contar sobre este asunto. Sólo espero que este relato no os haya
cortado la respiración.
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