Una mujer enferma sabía que Jesús pasaría por allí y se dejo
a sí misma: “Si soy capaz tan solo de tocar su manto, quedaré curada”. Así lo
hizo y Jesús, que se dio cuenta, le dijo: “Tu fe te ha curado”. No fue, pues,
Jesús, quien obró el milagro sino ella misma gracias al convencimiento de que
así sucedería.
Del mismo modo, los maestros internos que nos guían y
ayudan, no se dedican a hacer alardes ni demostraciones fastuosas de su poder;
simplemente nos sugieren que hagamos las cosas por nosotros mismos.
Nuestra fe, nuestro convencimiento, unido –eso sí- a nuestro
trabajo y esfuerzo, será quien, en definitiva, obre el milagro.
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