martes, 5 de abril de 2011

El sembrador de odio

Era listo, pero no inteligente. Era capaz de defender una cosa y su contraria al mismo tiempo y siempre lucía en el debate. Conocía el atractivo de su voz y de su labia que le permitía camelar a las masas sin esfuerzo. Así fue subiendo escalones rápidamente en su partido hasta llegar a ser candidato en unas elecciones generales. El hábil manejo de un ataque terrorista le dio unos frutos que ni por asomo esperaba: ganó las elecciones. Aupado a lo más alto y consciente de sus limitaciones (no tenía ni capacidad ni proyecto) supo rodearse de mediocres para que ninguno brillase a más altura que él. Era hora de poner en marcha la maquinaria para mantenerse en el poder. A falta de contenido (ni político, ni ideológico, ni económico) se marcó un objetivo claro: puesto que no se veía capaz de ganarse los votos por sus acciones habría que ganárselos por la vía del mal menor; esto es, sembrar el odio al adversario político para que a pesar de que los tuyos no te acepten, te voten y te apoyen antes que permitir que el contrario consiga la victoria.

Vestido con piel de cordero y sonrisa amable, comenzó a destruir los años de concordia y reconciliación que los anteriores partidos (incluido el suyo) habían forjado en los últimos años; había que volver a las dos Españas, al odio a la derecha, al rencor permanente, al “antes de nadie que tuyo”. Y para tapar sus incapacidades, y valiéndose de sus avispados y mediocres colaboradores, siempre había preparada alguna cortina de humo, una nueva ley que avivara la polémica e hiciese olvidar los problemas reales del país, cualquier acción que enfrentase más aún a los partidarios de su partido y de la oposición.

Mientras tanto, España se iba a la mierda, el paro crecía y los poderes ocultos vieron llegado el momento de manejar a su títere para lograr sus objetivos. Poco importaba lo que hubiese predicado, ahora era el momento de hacer justo lo contrario: abaratar el despido, dar más dinero a los bancos, entrar en nuevas guerras –Afganistán y Libia- y no en misión humanitaria sino de combate, mientras los sindicatos apenas si se movían al tener sus cuentas corrientes desbordadas por tan generosas subvenciones y sus fieles trataban de engañarse a sí mismos diciendo que no había más remedio y todo era culpa de la herencia de la derecha (una herencia, por cierto, que se caracterizó por un 8% de paro frente al 20% actual, por un prestigio internacional frente a un hazmerreír actual, por una bonanza económica traducida ahora en quiebra.

Grandes políticos y excelentes personas de su partido no soportaban esta situación pero tampoco se atrevían a un enfrentamiento porque –conocedores de los hilos que manejaba el poder- eso los descartaría para el futuro. Por eso callaban al principio y fueron levantando poco a poco la voz cuando la situación se fue haciendo más insostenible. Finalmente, consiguieron hacerle ver que la debacle electoral sería de campeonato y que era necesario dejar camino libre a otro candidato que inspirase confianza a su fiel electorado porque de presentarse él mismo a otras elecciones muchos de los suyos no le votarían (se abstendrían antes que dar su voto a otro, pero esa abstención sería de millones de votos y eso no se lo podían permitir). Así que por fin anunció que no se presentaría a unas nuevas elecciones, pero se aferraría al cargo hasta el último momento para terminar de satisfacer con nuevas dádivas a los poderes en la sombra y de paso dar tiempo a su sucesor para que se consolidase como una nueva alternativa que ilusionase a sus millones de decepcionados seguidores.

Todo el trabajo de reconciliación que UCD, CDS, PSOE, PSP, PC, IU, AP, PP y tantos otros partidos nacionales habían logrado, ha sucumbido a las cenizas de odio vertidas en estos siete años por este sembrador de cizaña. Hoy tenemos dos bandos y cada uno de ellos prefiere que gane su partido aunque no les gusta ni una pizca su líder ni la forma de actuar de su partido, pero prefieren eso antes que ver en el sillón presidencial al otro.

Sin embargo, gane quien gane, las elecciones ya las hemos perdido todos los españoles, porque la armonía se ha roto y ni siquiera nos queda dinero para ponerle una tirita.

1 comentario:

Tessa Barlo dijo...

Político mediocre que solo se ha preocupado de su imagen pasara a la historia como el peor presidente de España hasta la fecha de hoy. Ironía de su propio ego, es la peor imagen de la política.