El otro día, en el partido Real Madrid-Barcelona, Messi nos dio una gran lección.
Para los madridistas, la reacción de Messi lanzando con rabia contra el público un balón, fruto de su impotencia al no poder superar al equipo rival, puso en evidencia que todos los ídolos son humanos y por tanto no hay que idolatrarlos.
Para los culés, ese lance del juego no fue absolutamente nada, un simple reflejo instintivo de golpear el balón, con la mala suerte de que fue a estrellarse contra el público, pero les enseñó que cuando un equipo no sabe ganar utiliza cualquier pretexto –por ejemplo ese nimio lance del juego- para distraer la atención.
Para los que no somos ni una cosa ni otra, pero disfrutamos del fútbol, ese lance nos demostró que simplemente no hay nadie perfecto... ni siquiera Messi.
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