Otra de las pruebas típicas del Atletismo es el
Lanzamiento, del que existen muchas modalidades según qué objeto sea el que se
lance. Los más comunes son el lanzamiento de peso, de disco, de martillo y de
jabalina. Por lo que se refiere a mi experiencia en Lanzamientos, la verdad es
que he “lanzado” muchas cosas a lo largo de mi vida. De jabalina, nada, si
acaso algún palo cuando paso un día de campo. De disco, tampoco, porque siempre
he apreciado mucho mis vinilos y si alguno se ha roto, sencillamente lo he
depositado con gran dolor de mi corazón en el cubo de basura. De martillo
tampoco, porque aunque me guste el bricolaje no se me ocurre lanzarle el martillo
a nadie, so riesgo de escalabrarlo. Finalmente queda eso del lanzamiento de
peso, y sí que es verdad que he lanzado objetos de las más diversas formas y
pesos en todo tipo de circunstancias, tanto recreativas como de pura necesidad.
Si hay que atravesar un río, lanzo primero la mochila al
otro lado y luego salto yo. Si hay que hacer caer un balón de la copa de un
árbol, le lanzo piedras para recuperarlo. Y si se trata de competir con los
amigos o simplemente divertirse, lanzamos piedras a ver quién llega más lejos.
Me temo que en esta práctica deportiva he sido muy poco deportivo y ni siquiera
he cuidado la técnica (esos movimientos circulares que hay que hacer para tomar
impulso a la hora de lanzar) porque siempre he pensado que iba a ser peor el remedio
que la enfermedad, es decir, que de tanta vuelta me iba a marear y el objeto
acabaría impactando contra la persona que tuviese al lado.
En cambio sí que he hecho muchísimos lanzamientos en mi
vida profesional, pero han sido lanzamientos de productos, de diarios
digitales, de revistas de información, de campañas de publicidad y promociones,
etc., y no sé por qué me parece que esto no cuenta como deporte, aunque casi
todos esos lanzamientos hayan sido un éxito.
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Poco después viví una nueva experiencia en este mismo
circuito. La Editorial Doyma (hoy Elsevier) me invitó a una mañana de Karting a
la que podía ir con un acompañante, para
lo cual elegí a mi hija menor. Hicieron dos equipos, uno con los hijos (porque
yo no fui el único padre que acudió acompañado de algún hijo) y otro con los
adultos (otros Jefes de Comunicación y responsables de Marketing de distintos
laboratorios farmacéuticos). La experiencia fue similar: disfruté conduciendo,
supongo que también adelgacé algo a causa de la sesión involuntaria de sauna,
me volvieron a adelantar y quedé el último, aunque mejorando carrera tras
carrera mis tiempos, lo cual supuso todo un éxito. Pero es que además, para mí,
el mayor éxito es que yo demostré ser un excelente piloto porque no me choqué
ni una sola vez, e incluso esta vez estuve atento para apartarme cada vez que
quería adelantarme otro piloto y así evitar el choque. Mientras los pilotos
rivales iban a lo loco, chocando contra todo y contra todos, yo mantuve mi
coche impoluto, sin un solo rasguño, demostrando unos reflejos y una habilidad
extraordinarios. Estoy seguro que si una compañía de seguros de automóvil me
hubiera visto conducir, me hubieran ofrecido una póliza a precio de ganga
porque ningún otro piloto les iba a salir tan barato como yo: ni un solo parte
de accidente en todas las carreras. Dicen que de tal palo tal astilla, y así
debe ser, porque a mi hija le sucedió lo mismo: quedó la última de su grupo...
pero tanto ella como su coche salieron ilesos.
Después de aquellas dos experiencias no he vuelto a
practicar este deporte, aunque no descarto volver a hacerlo. De lo que estoy
seguro es de mantener mi profesionalidad y evitar por todos los medios
cualquier tipo de accidente. ¿No dice Jesús en el Evangelio que “los últimos
serán los primeros”? Pues yo pienso seguir siendo el último, o sea, el primero.
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El Karting o Kart es una disciplina perteneciente al
deporte del Automovilismo. Se practica con unos vehículos especiales de motor,
llamados “karts” en un circuito cerrado. El Karting es la modalidad por
excelencia para la formación de los pilotos y el kart suele ser el primer
automóvil de competición con el que debutan los aspirantes a piloto
profesional, algo que suele suceder en edades tan tempranas como a partir de
los ocho años. Pues bien, en mi caso, aunque también he practicado el Karting
debo decir que ha sido al revés: ha sido en la edad madura, y no en la infancia
o juventud, cuando he pilotado alguna vez estos bólidos (también debería
aclarar que cuando yo era niño o cuando yo era joven, esto no existía, y lo más
parecido a un kart era una caja de madera a la que se ponían cuatro ruedas y se
echaban a rodar cuesta abajo por una calle adoquinada del pueblo).
En realidad, mi experiencia en este deporte ha sido más
bien escasa, testimonial, diría, habiendo participado únicamente en dos
carreras, ambas en el circuito Carlos Sainz, de Madrid. En la primera ocasión
acudí con varios miembros de mi familia y de la familia de mi yerno. Lo primero
que se siente al llegar allí es el profesionalismo, con un circuito
perfectamente dotado de todos los adelantos. Además, y ya de entrada, cuando te
apuntas para correr en una carrera, en la que participarán 10 ó 15 pilotos
(evidentemente –en este caso- habría varios miembros de la familia pero también
otros muchos pilotos ajenos a la misma), te dan el mono de piloto y el casco.
Eso es bueno porque te sientes como un auténtico piloto profesional, pero lo
malo es que ese mono y casco dan tanto calor que tan pronto como te los
enfundas, aquello parece más una sauna que un circuito automovilístico.
En este debut en el mundo del Karting, donde corrí varias
carreras, guardo recuerdos agradables y otros no tantos. En lo positivo, la
sensación de velocidad y competitividad que se respira, el placer de conducir
esos coches, y la hoja que te entregan al final en donde puedes ver todas las
estadísticas: posición ocupada, velocidad media y velocidad máxima, número de
vueltas, etc. En lo negativo, aparte del calor insoportable, lo resentida que
acaba la espalda al final de las carreras y el tener que competir con otros
pilotos que parece que se están jugando la vida, porque una cosa es correr lo
más deprisa posible y otra muy distinta ir como un loco. Eso era, en efecto, lo
que hicieron muchos de aquellos pilotos ajenos que competían con nosotros; no
les bastaba con pisar el acelerador a tope (debían pensar que estaba prohibido
pisar el pedal del freno) sino que te adelantaban sin ningún miramiento, te
arrinconaban, te empujaban... se creían que estaban en los coches de choques de
las Ferias y no paraban de golpearse con las paredes en todas las curvas y con
los contrarios cada vez que los adelantaban. Total, que yo me sentí muy
orgulloso de comprobar al final cómo había mejorado mis tiempos de una carrera
a otra, aunque por detrás de mí sólo quedaron... las mujeres.
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Para terminar, contaré una anécdota que no tiene que ver
con el Kárate salvo que la misma se produjo en esa presentación. Había
contratado un operador de cámara para que filmase todas las intervenciones y
nos entregase después un video. Sé que los andaluces tienen fama de vagos, pero
este les daba sopas con ondas a todos (aunque esto lo averigüé después). Eso
sí, fue cumplidor y al día siguiente nos entregó la cinta que había grabado y
la correspondiente factura (menos mal que se pagaba a 90 días). Al llegar a
Madrid nos pusimos a visionar la cinta. Buen comienzo, primera presentación, el
primer orador hablando desde su atril, perfecto, buena imagen, buen sonido, el
orador sigue hablado y... ¡oh, sorpresa! el orador se mueve por el escenario
con el micrófono en una mano y el puntero en otra para señalar algo en la
pantalla donde se iban proyectando diapositivas y... la cámara seguía fija
enfocando el atril que había quedado vacío. “¿Qué es esto? ¡No puede ser!” nos
decíamos extrañados. Pero la presentación seguía avanzando y se escuchaba la
voz del orador... pero no se le veía. Comenzamos a pasar la cinta deprisa y...
¡oh, incredulidad! todo seguía igual. De vez en cuando el orador se acercaba al
atril y luego se retiraba, pero la cámara seguía enfocando el atril vacío. Y
así fue toda la cinta. El tío que habíamos contratado (no me parece oportuno
decir “el profesional que habíamos contratado”) había montado la cámara en su
trípode, le había dado al “Rec” y se había ido a tomar cañas. ¡Y encima nos
adjuntaba esa cinta junto con su factura!
Ni que decir tiene que además de echarle una bronca no se
le pagó la factura... y era tan vago que ni siquiera se esforzó ni en reclamar
ni en pedir disculpas. “Que no se hubiesen movido tanto”, creo recordar que
llegó a decir para justificarse. Ahí sí que hubiera venido bien una exhibición
de Kárate teniéndole a él como sparring.
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Menos mal que al dar título a este capítulo he
especificado que mi relación con el Kárate no fue como karateca sino como
empresario, porque si no ya estaríais preguntando: “¿Pero es que también
practicaste Kárate?”. En este caso, mi relación con este deporte ha sido muy
esporádica aunque no por ello menos significativa. En primer lugar recuerdo que
mi hija mayor (cuando era pequeña) se apuntó a clases de Kárate, por lo que no
era raro ver en mi casa el clásico kimono, los cinturones que iban cambiando de
color según progresaba adecuadamente, etc., así como escuchar los gritos que se
dan (digo yo que será para asustar al contrario) cuando hacía algún ensayo en
casa. Aparte de esto, y asistir como espectador a un campeonato en donde
participaba (lo importante era participar, así que ya sabéis el resultado) no
tuve más relación con este deporte... hasta el año 1987.
Trabajaba entonces en la compañía de agroquímicos
ICI-Zeltia (hoy Syngenta) como Jefe de Publicidad y un buen día llegó el
momento de lanzar un nuevo insecticida cuyo nombre comercial sería “Kárate”
(lambda-cihalotrin). Siendo yo el Jefe de Publicidad me correspondía el honor
de crear la campaña de publicidad para su lanzamiento y, en este caso, estaba
claro que debía girar sobre el Kárate para que la imagen del deporte y el
nombre de marca del producto se asociasen de inmediato; es más, la idea era que
esta asociación fuese tan evidente que cada vez que algún agricultor oyese,
leyese o viese algo de Kárate, inmediatamente le viniese a la mente la imagen
de marca de nuestro insecticida.
Lo primero que hice, no obstante, fue estudiar el
producto, y pude comprobar cómo se trataba de un insecticida muy potente que
necesitaba una dosis de sólo 15 gramos por hectárea y esta bajísima
concentración no hacía daño a las abejas ni a otros insectos beneficiosos, ni
dejaba residuos significativos en el suelo. Ya tenía la clave. Mi eslogan fue
“Kárate, lucha limpio”. ¡El fair play llevado a la publicidad! Ese slogan,
junto con el logotipo del producto figuró en todo tipo de materiales y
artículos publicitarios (folletos, carteles, anuncios prensa, vallas, cabinas
telefónicas (donde se veía a un karateca a tamaño real), camisetas, gorras,
bolígrafos... y ya que se trataba de Kárate, también cinturones. En los
folletos se comenzaba diciendo “Si las plagas pueden con Vd...” y se continuaba
con la solución: “Deles un golpe de Kárate”. Después, tras exponer sus características,
ventajas y aplicaciones, se concluía diciendo que Kárate era “El golpe
definitivo contra las plagas”.
Llegó la hora de preparar la gran reunión de presentación
a los principales cliente, 240 distribuidores de toda España, a quienes
reunimos en el Hotel Los Lebreros, de Sevilla, que tiene un espectacular
auditorio. En aquél marco debía sorprender a la audiencia y a ciencia cierta
que lo conseguí porque nadie de fuera y casi nadie de dentro de la empresa supo
qué sorpresa tenía preparada: ni más ni menos que una exhibición muy especial
de Kárate. De cómo cuidé todos los detalles sirva de ejemplo cómo inspeccioné
minuciosamente el escenario y me preocupé al encontrar en el suelo del mismo
unos cajetines bajo los cuales había enchufes. Esto sería muy útil en cualquier
otra circunstancia, pero si iban a estar sobre ese suelo varios karatecas
zurrándose la badana y dándose costalazos contra el suelo, los pequeños
salientes de esos cajetines podían provocarles alguna herida. Pensado y hecho:
salí a la calle a buscar unos fieltros autoadhesivos, los recorté y los pegué
sobre dichas tapas. Ya no habría posibilidad de accidente involuntario.
La sesión de presentación se desarrolló como era
habitual... hasta que llegó el momento en que dijeron: “Y ahora os tenemos que
presentar una sorpresa” (es lo que yo les había dicho que dijesen para anunciar
mi intervención). Salí al escenario y muy serio me dirigí a la audiencia,
diciéndoles que habíamos traído a los mejores especialistas de kárate (ellos
pensaban que me refería a expertos conocedores del producto) para que allí
mismo nos demostrasen sus cualidades. Miré a la audiencia y pude comprobar
satisfecho sus caras de expectación, así como las caras de muchos compañeros y
directivos que no sabían de qué iba la cosa. Todos pensaban que sería o una de
mis habituales bromas o bien que iba en serio y había invitado a expertos en la
lucha contra las plagas. Entonces comencé a presentarlos y según los nombraba
iban apareciendo en el escenario en medio de un run run de comentarios de
sorpresa.
Estos fueron los “expertos” que llevé a aquella
presentación como cierre de la misma: “Ana y Mayte San Narciso, María Luisa
Esclarín y María Victoria Garcés”. Aparecieron ellas, chicas jóvenes y bien
parecidas, con sus flamantes kimonos de Kárate. Pero no eran unas karatecas cualquiera
y así se lo hice saber a la audiencia, añadiendo: “Ellas son las mejores
karatecas de España y unas de las mejores del mundo. Ana y Mayte son las
actuales Campeonas de España, individual y por equipos, y además han conseguido
el cuarto puesto individual y por equipos en la última Copa del Mundo. Entre
las cuatro han sumado en los últimos cinco años 33 Campeonatos, 12
Subcampeonatos y 17 terceros puestos”. Finalmente presenté a su entrenador y
comenzaron su exhibición de Kárate que captó y mantuvo todo el tiempo el
interés de la audiencia, mientras resonaban en medio del silencio más absoluto
–interrumpido sólo por algún “¡Ooooh!” de exclamación- los clásicos gritos de
las karatecas y los golpes de estas al caer al suelo.
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