lunes, 20 de junio de 2022

Barcelona, siempre Barcelona

Barcelona, una ciudad preciosa que siempre ha estado como una amenaza sobre mi cabeza. Toda mi vida la he tenido organizada en Madrid y, cuando la mujer y los hijos están adaptados e integrados en una ciudad, resulta muy duro cambiar a otra. Si yo estuviera soltero, me daría igual una ciudad u otra, aunque personalmente prefiero un pequeño núcleo rural a una gran ciudad. Sin embargo, el pago de la hipoteca de la casa en la que vives o vas a vivir, los colegios y la universidad de los hijos, las amistades, la familia, son todos ellos factores importantes a la hora de mantenerte atado a una ciudad.

 
Por todo ello, Barcelona siempre me ha atraído como ciudad y me ha encantado su arte. Cuando he estado de vacaciones por la costa Brava siempre que he podido he aprovechado alguna ocasión para pasear por las Ramblas, subir al Parque Güell o visitar alguna exposición de Gaudí o Dalí. Pero a la vez ha sido siempre como una sombra de amenaza que parecía querer arrastrarme hacia allí.
 
Hace ya muchos años trabajaba en otro laboratorio farmacéutico. Era uno de los más importantes, con un marketing muy sofisticado. Cuando nadie sabía lo que era un product manager, allí ya se había implantado ese cargo. Cuando la visita médica era “pan para todos” introdujo el concepto de “visita individualizada”. El micromarketing, los mercados de prueba, la dirección por objetivos, eran moneda corriente en aquella compañía. Fue pionera en tantas cosas... que también lo fue en la plaga de este final de milenio: las fusiones.
 
Al cabo de tres años, la compañía se escindió en dos, y una de las partes se fue a Barcelona con la línea de productos de investigación propia; la otra parte se quedó en Madrid con el resto de productos licenciados. Tres años más tarde, la parte radicada en Barcelona absorbió a los que nos habíamos quedado en Madrid y surgió entonces el dilema: indemnización y a la calle o... a vivir a Barcelona.
 
Eran otros tiempos, yo era joven y había trabajo. Así que opté por quedarme en Madrid y a los dos meses ya estaba trabajando en otra empresa y seis meses más tarde ya estaba de nuevo en otro laboratorio farmacéutico. Pero la posibilidad de haber tenido que romper con todos los lazos personales, familiares y económicos que me unían con Madrid, dejó en mí una huella indeleble.
 
Pero está visto que las cosas no pasan una sola vez. El señorito aburrido que coge la hormiga una y otra vez, y no la deja llegar al hormiguero, tiene ganas de seguir jugando. Muchos años después, y después de diversos periplos profesionales, había regresado una vez más al sector farmacéutico. Llevaba 6 años... ¿He dicho seis? ¿Qué casualidad, los mismos que llevaba en la otra empresa antes de que surgiese la coyuntura de tener que ir a Barcelona?....y salta la noticia: una fusión con otra compañía que tiene su sede en... ¿para qué decirlo?... Barcelona.
 
Esta vez, ya no era tan joven, y España ya no iba tan bien aunque Aznar se empeñase en asegurarlo. Si había que ir a Barcelona, pues habría que ir, y ya veríamos cómo se resolvería después el problema familiar. Por de pronto, el mayor se había independizado. La mayor, esa sí que no se marcharía... en segundo curso de carrera y ¡con novio! Aunque con 19 años tampoco pasaba nada porque se quedase sola (aunque no era ese el modelo de familia que había pensado). La pequeña... bueno, habría que esperar a que se adaptase. Primero un año de soledad en Barcelona, buscando piso adecuado y colegio, y muchos Puentes Aéreos para reunirme con la familia los fines de semana. Quizás un piso en la playa para que así les apeteciese pasar allí conmigo más tiempo, como por ejemplo durante las interminables vacaciones escolares.
 
Para qué negarlo, el panorama era duro. Por eso, esa vez agradecí a los de allá arriba la ayuda que me prestaron.
 
Tras la huella dejada por la fusión ocurrida años atrás, esta se ofrecía ya como irremediable. Cierto es que cabía la posibilidad de que la sede central se fijase en Madrid, pero las posibilidades eran mínimas. No voy ahora a entrar en detalles, pero la gran mayoría de los empleados estaban convencidos que la marcha a Barcelona... o a la calle, sería inevitable.
 
Desde que se anuncia una fusión, hasta que se asientan definitivamente todas las piezas, pasan varios meses y ¡qué meses! Desconcierto, depresión, irritación... todos los estados inimaginables pasan por la mente de los afectados. En mi caso, las posibilidades de continuar en mi puesto de trabajo eran muy altas (lo que me daba cierta tranquilidad) pero debía irme mentalizando para un cambio de residencia y de la consiguiente reestructuración familiar.
 
Para que me fuese acostumbrando a la idea, y apenas unos días después de hacerse pública la noticia, cuando aún no sabíamos qué repercusiones podría tener ni qué posibilidades habría o no de ir a Barcelona, me regalaron una litografía preciosa que enseguida enmarqué y puse en mi dormitorio, de tal forma que esa era la última imagen que veía cada noche antes de acostarme: una vista nocturna de Barcelona desde el Tibidabo, con el mar al fondo. Digo yo que sería para que me fuera acostumbrando a la idea. Después de todo ¡era una ciudad bien bonita!
 
También, y para hacer más llevadera la espera, me llamaron para una entrevista de trabajo: Director de Comunicación, con un sustancioso aumento de sueldo, de un holding de empresas con más de 100.000 millones de facturación, en dependencia directa del Presidente del Grupo. Llegué con éxito a la terna final en la que partía como favorito ¡y eso a pesar mi edad! Sin embargo, creo que esta vez lo acepté como era desde el principio, una mano que me echaban para distraerme y animarme durante la época de incertidumbre. Porque la verdad es que ese maravilloso trabajo no me solucionaba absolutamente nada: El puesto era para ¡Barcelona!
 
Cuando por fin todo se solucionó, se me confirmó en mi puesto y se supo la gran sorpresa (la sede era Madrid) llamé a la empresa disculpándome y diciendo que me retiraba del proceso de selección. Iba a continuar haciendo mi trabajo y dependiendo del Presidente de la compañía.
 
Como les gusta poner guindas, este caso también la tuvo. Recordé que mi primer viaje en este laboratorio farmacéutico fue a.... Barcelona. Podía haber ido a muchos sitios; pero no, tuvo que ser Barcelona. El motivo: la presentación a la prensa de un libro que había editado la compañía. Allí, en la mesa presidencial, estaban los autores y destacadas personalidades. Entre ellas, presidiendo el acto, se encontraba... ¡un hermano del que ahora ya era mi nuevo Presidente!


La historia de AstraZéneca escrita por alguien que la vivió y al jubilarse ya pudo contar todo lo que quiso:

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