Si
preguntas a cualquier niño qué quiere ser de mayor, te responderá que quiere
ser policía, o bombero, o piloto de aviones de guerra, o explorador… pero muy
pocos, por no decir ninguno, nombrará la profesión a la que yo aspiraba dedicarme
cuando fuera mayor. Esta es la historia…
Desde
que apenas tenía uso de razón, mi padre acostumbró a llevarme al cine y gracias
a él fui desarrollando también mi creatividad e imaginación. Una buena prueba de
ello la di un día en que el párroco de la iglesia de San Pedro, Don Tiburcio,
vino a casa a visitar a mis abuelos. Cuando me vio, me saludó amablemente y me
hizo una pregunta que suele hacerse a todos los niños: “¿Qué quieres ser de
mayor?”. Seguro que también a vosotros os han hecho esa misma pregunta cuando
erais pequeños, y seguro que habéis respondido: bombero, policía, vaquero,
astronauta... o si acaso algo más cercano como: “lo mismo que papá”.
Sin
embargo ya he dicho al comienzo de este comentario que mi pasión por el cine
era tanta que, lógicamente, a una pregunta de este tipo, debería haber
respondido con un: actor de cine, director de cine... pero no,
sorprendentemente mi respuesta dejó a todos boquiabiertos: “quiero ser
clasificador de películas”.
Tras
la sorpresa inicial, me preguntaron el por qué de tan inusual vocación: “porque
así podré ir al cine a ver todas las películas”. Mi respuesta había sido, por
lo tanto, fruto de la lógica más elemental: en aquella época todas las
películas tenían una calificación (para todos los públicos, para mayores y para
mayores con reparos), pero si yo me hacía de mayor “clasificador de películas”
mi trabajo consistiría precisamente en hacer lo que más me gustaba: ir al cine
a ver todas las películas, absolutamente todas.
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