Cuando
el presidente de una gran multinacional te invita a cenar y se sienta en tu
mesa, experimentas una sensación de privilegio, de honor, de agradecimiento por
ser tratado como un VIP. Pero ¿qué pasa si al cabo de un rato ese presidente se
levanta de la mesa, en mitad de la cena, y se marcha a otra mesa? ¿Cómo te
quedas? Esta es la curiosa y edificante (aunque parezca lo contrario) historia…
La
primera vez que acudí a una rueda de prensa internacional, acompañando a varios
periodistas españoles, me llevé (nos llevamos todos) una gran sorpresa. Desde
nuestra llegada todo había sido profesionalidad y atenciones. Nos atendieron
amablemente a la llegada, nos acomodaron en un excelente hotel, nos facilitaron
un completísimo material de prensa, se pusieron a disposición de entrevistas
personales y, finalmente, nos invitaron a una cena de gala.
Como
éramos unos 60 invitados (periodistas de los principales países europeos)
habían dispuesto la sala con mesas de ocho. Buscamos en el panel que había a la
entrada cuál era nuestra mesa y vimos que los cinco periodistas españoles
coincidíamos en la mesa con los dos periodistas portugueses y con el director
ejecutivo (CEO) de la compañía, Tom McKillop.
Después
de la copa de bienvenida nos sentamos y allí acudió también el CEO de la
compañía. Rápidamente se puso a conversar con tos nosotros, interesándose por
nuestros respectivos trabajos y respondió sin trabas y con buen humor a todas
las preguntas que le íbamos formulando. Sirvieron el primer plato y todo siguió
igual de cordial... hasta que terminamos de comer el primer el plato. En ese
momento, McKillop se levantó, cogió su copa y su servilleta y nos dijo que
tenía que marcharse. ¿Qué era aquello? ¿Alguien había dicho algo inconveniente
y se sentía a disgusto con nuestra compañía?
Pronto
salimos del error. Aquél mismo gesto lo repitieron todos los demás directores,
cada uno de los cuales había estado sentado en una mesa diferente para que en
todas las meses hubiese siempre alguien del comité de dirección. Entonces, cada
directivo, con su copa y servilleta se dirigió a otra mesa, intercambiando sus
puestos. Llegó entonces a nuestra mesa el director financiero y ocupó el puesto
de McKillop que, a su vez, había ocupado el puesto de otro de los directores y
así sucesivamente. Durante el segundo plato, el director financiero departió
amigablemente con todos nosotros y cuando llegó al final, antes de que
sirvieran el postre, volvió a repetirse la misma escena. Cada director cogió su
copa y servilleta e intercambió el puesto con otro de sus colegas.
De
esta original forma, por cada mesa pasaron tres miembros del comité de
dirección, permitiendo a los periodistas invitados tener cerca y hacer cuantas
preguntas quisiesen a tres de ellos. Es posible que esta fórmula se haya hecho
en otras compañías y situaciones, pero no he conocido ninguna. Y puedo dar fe que
todos los periodistas, a los que año tras año acompañé a este tipo de eventos,
quedaron gratamente sorprendidos y agradecidos por este sencillo gesto. Porque
lo normal es que los grandes directivos se rodeen de sus similares y si acaso
de quienes les hacen la pelota habitualmente, no dignando mezclarse con otras
personas que no sean de “su nivel”. Por el contrario el espíritu que Tom
McKillop infundió a AstraZéneca fue justamente el contrario, el de un igual que
se acerca a los demás y disfruta de su compañía.
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