domingo, 3 de mayo de 2020

El presidente que se levantó de la mesa


Cuando el presidente de una gran multinacional te invita a cenar y se sienta en tu mesa, experimentas una sensación de privilegio, de honor, de agradecimiento por ser tratado como un VIP. Pero ¿qué pasa si al cabo de un rato ese presidente se levanta de la mesa, en mitad de la cena, y se marcha a otra mesa? ¿Cómo te quedas? Esta es la curiosa y edificante (aunque parezca lo contrario) historia…

La primera vez que acudí a una rueda de prensa internacional, acompañando a varios periodistas españoles, me llevé (nos llevamos todos) una gran sorpresa. Desde nuestra llegada todo había sido profesionalidad y atenciones. Nos atendieron amablemente a la llegada, nos acomodaron en un excelente hotel, nos facilitaron un completísimo material de prensa, se pusieron a disposición de entrevistas personales y, finalmente, nos invitaron a una cena de gala.

Como éramos unos 60 invitados (periodistas de los principales países europeos) habían dispuesto la sala con mesas de ocho. Buscamos en el panel que había a la entrada cuál era nuestra mesa y vimos que los cinco periodistas españoles coincidíamos en la mesa con los dos periodistas portugueses y con el director ejecutivo (CEO) de la compañía, Tom McKillop.

Después de la copa de bienvenida nos sentamos y allí acudió también el CEO de la compañía. Rápidamente se puso a conversar con tos nosotros, interesándose por nuestros respectivos trabajos y respondió sin trabas y con buen humor a todas las preguntas que le íbamos formulando. Sirvieron el primer plato y todo siguió igual de cordial... hasta que terminamos de comer el primer el plato. En ese momento, McKillop se levantó, cogió su copa y su servilleta y nos dijo que tenía que marcharse. ¿Qué era aquello? ¿Alguien había dicho algo inconveniente y se sentía a disgusto con nuestra compañía?

Pronto salimos del error. Aquél mismo gesto lo repitieron todos los demás directores, cada uno de los cuales había estado sentado en una mesa diferente para que en todas las meses hubiese siempre alguien del comité de dirección. Entonces, cada directivo, con su copa y servilleta se dirigió a otra mesa, intercambiando sus puestos. Llegó entonces a nuestra mesa el director financiero y ocupó el puesto de McKillop que, a su vez, había ocupado el puesto de otro de los directores y así sucesivamente. Durante el segundo plato, el director financiero departió amigablemente con todos nosotros y cuando llegó al final, antes de que sirvieran el postre, volvió a repetirse la misma escena. Cada director cogió su copa y servilleta e intercambió el puesto con otro de sus colegas.

De esta original forma, por cada mesa pasaron tres miembros del comité de dirección, permitiendo a los periodistas invitados tener cerca y hacer cuantas preguntas quisiesen a tres de ellos. Es posible que esta fórmula se haya hecho en otras compañías y situaciones, pero no he conocido ninguna. Y puedo dar fe que todos los periodistas, a los que año tras año acompañé a este tipo de eventos, quedaron gratamente sorprendidos y agradecidos por este sencillo gesto. Porque lo normal es que los grandes directivos se rodeen de sus similares y si acaso de quienes les hacen la pelota habitualmente, no dignando mezclarse con otras personas que no sean de “su nivel”. Por el contrario el espíritu que Tom McKillop infundió a AstraZéneca fue justamente el contrario, el de un igual que se acerca a los demás y disfruta de su compañía.

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