Hasta el Papa Francisco ha dicho que él no es quien para
juzgar a los demás. ¿Cómo vamos a hacerlo, pues, nosotros? En mi novela "La fuga (castidad y rock and roll)", el protagonista, un joven de 23 años entabla
amistad con una chica lesbiana. Un buen día ella le confiesa sus preferencias:
- Para mí el cielo es estar con una chica. (Se sorprendió al
ver que aquellas palabras no variaban la expresión de Eloy) ¿Tu aceptas que
haya personas que sintamos así?
-
Nadie debe nunca juzgar a nadie. ¿No recuerdas las palabras de
Jesús “el que esté libre de culpa que tire la primera piedra? Pues eso, yo no
voy a juzgarte.
-
Pero no apruebas mi conducta, eres como todos, que rechazan y
se burlan de los que sentimos así.
-
No –sentenció tajante Eloy-. Yo no soy así, pero tengo un
defecto ¿sabes? Cuando me preguntan respondo.
-
¿Y...?
-
El que tú sientas así es algo que estará en tu propia
naturaleza y el que tendría que dar explicaciones al respecto sería Dios, no
ninguno de nosotros. Pero en cambio sí hay algo que no me agrada en todo esto
¿sabes qué? El que no seas capaz de mantener una relación estable. Sea con un
chico o con una chica, no hay nada más bonito y reconfortante que mantenerse
unidos para toda la vida y eso es algo que supongo también se puede hacer entre
personas del mismo sexo, aunque por lo que sé, parece que entre las personas
que sienten así esto es más difícil. Pero por mi parte, esto no cambia nada en
el sentimiento de amistad que siento hacia ti.
Marianne se quedó pensativa, no sabía muy bien qué
responder.
-
¿No has sentido nada hacia mi? ¿Cuándo pensabas que yo era una
chica “normal” no sentías el deseo de acostarte conmigo?
-
Sentí afecto, te vi siempre como una amiga. Y yo no voy
acostándome por ahí con la primera que veo, eso lo dejo para la que vaya a ser
mi mujer para toda la vida y la madre de mis hijos.
Ahora ya sí que estaba totalmente desconcertada Marianne. No
sabía qué pensar ni cómo reaccionar. Aquello había roto todos sus esquemas
porque nunca, ni por lo más remoto, se había encontrado a un chico así.
-
A mí sí que me gustaría encontrar una chica, enamorarme de
ella y vivir con ella... pero luego nunca dura más de unos meses... ¿de quién
es la culpa? –le expuso Marianne.
-
En todo eso siempre hay un culpable y siempre es el mismo.
-
¿Quién?
-
El egoísmo. Cuando todo lo que haces y piensas, pasa siempre
por ti, uno es incapaz de aceptar los errores, los fallos, las imperfecciones
de los demás. Cuando nos tomamos a nosotros mismos como modelo único y vemos
que los demás no son ni hacen ni dicen ni sienten como nosotros, los alejamos
de nosotros. Hasta un dolor, como el que sentías hace un momento, puede ser
menor cuando en vez de pensar en ti concentras toda tu atención en los demás.
Cuando pones tu vida al servicio de los demás, cuando tu prioridad son siempre
ellos, te puedo asegurar que se es más feliz.
Marianne se quedó en silencio pero sintió dentro de ella una
sensación de paz y tranquilidad que nunca había sentido. Una sonrisa asomó a su
rostro y le dijo:
-
Eres raro. ¿De dónde has salido?
-
Ja, ja, -rió Eloy-. Eso dicen por ahí, que soy “especial”, y
me gusta ser especial sobre todo cuando veo que alguien tan bonita como tú
sonríe –y le acarició la mejilla-. Bueno ¿qué me dices? ¿vamos mañana a ver a
tu hermano y tus sobrinos? Que te llevo en el coche ¿eh? Que no vamos a ir
andando.
Marianne volvió a sonreír y dijo que sí con la cabeza. Se
levantaron y cada uno se fue a su habitación. Esa noche, antes de dormir,
Marianne no abrió siquiera la tapa de su ordenador, se quedó tumbada en la
cama, mirando los reflejos cambiantes de la luna y las nubes que a cada momento
la ocultaban y volvían a descubrir, pensando en las palabras de Eloy, pensando
–por primera vez, quizás- en alguien que no era ella misma.
PD.- En la imagen, salón del hotel rural en donde tienen lugar muchas de las confidencias de esta novela.
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