Eloy
se daba cuenta que, a pesar de ser un extraño, un recién llegado, se sentía
cada vez más integrado en aquella sociedad tan diferente a lo que había dejado
en España. La religión era distinta, la moralidad y las costumbres también, del
paisaje y clima no digamos... pero se respiraba en todos humanidad, solidaridad
y sobre todo... respeto. Ese respeto que mostraban hacia los demás, le llegaba
al alma. “Una sociedad –se repetía- en donde nadie teme que le roben y dejan
las puertas abiertas”. Una sociedad, como le había explicado Sonja, en donde se
deja siempre una luz encendida en la puerta de las casas cuando hay alguien
dentro y se apaga cuando no hay nadie. Esto, que en España sería un chollo para
los ladrones, algo así como un semáforo que les indicase cuándo pueden entrar a
robar, aquí era todo lo contrario, la luz encendida indicaba que dentro había
alguien que te podía acoger y te podía ayudar si lo necesitabas.
Ese
respeto hacia los demás no lo era menos que el respeto que sentían por la
naturaleza, algo que ya había llamado su atención cuando –paseando por
cualquier ciudad, incluso Gjovik que era más grande- era incapaz de descubrir
ningún papel, envase o desperdicio tirado por el suelo; todo el mundo utilizaba
las papeleras y a nadie se le ocurría tirar nada al suelo. Por supuesto tampoco
vio ninguna pintada en las fachadas de los edificios ni ninguna señal de
gamberradas o salvajismo. Y en el caso de la naturaleza llegaba a unos extremos
como el que pudo presenciar en directo al regresar con ellos a “Vik”.
Como
esa vez eran muchos, se habían acercado a la iglesia de Lund en dos coches. Al
regresar, la familia de Sonja iba delante y entonces, en mitad del camino, vio
cómo frenaba el coche, se paraba a un lado de la carretera y bajaban todos
apresuradamente. Eloy frenó y aparcó el coche detrás. Marianne y él se
acercaron a ver qué sucedía. A Sven se le había ido la mano comiendo pastelitos
y estaba vomitando. Cuando el niño terminó y se hubo recuperado un poco,
volvieron al coche, pero entonces Nils regresó con una botella de agua y la
echó sobre el vomitado que había caído en mitad del campo, para limpiar... ¡el
área de suelo del campo que había quedado manchada con el vómito! Contemplar
una escena de este tipo en España sería ciencia ficción, sin embargo allí en
Noruega él pudo ser testigo directo. Esa clase de gente, por muy fría y
distante que pueda parecer, tiene un corazón enorme. Y al igual que la
religiosidad suelen expresarla en privado en vez de ir con ella en procesión,
la solidaridad con todo y con todos la demostraban también aunque no los viese
nadie.
Y casi sin darse
cuenta, Eloy se fue integrando en aquella comunidad, en aquella nueva familia
de la que ya se sentía parte. No obstante, si había algo que le llenaba de
satisfacción, era intuir que las cosas entre Sonja y Nils empezaban a ir mejor
y que Marianne parecía que estaba comprendiendo que no estaba sola y había
mucha gente que la quería y la aceptaba tal como era; mucha gente que deseaba
para ella un futuro estable y no la desordenada, solitaria y egoísta vida que
había llevado hasta entonces.
De la novela "Castidad & Rock and roll", de Vicente Fisac, disponible en Amazon (tanto en edición digital como en edición impresa).
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