Permanecían allí, abrazados
uno junto a otro, cuando oyeron unas voces que venían... ¡de abajo! ¡Del
interior de esa casa! Alguien gritaba en noruego pidiendo ayuda y Sonja le
contestó preguntándole en dónde estaba. Le tradujo a Eloy que una anciana y una
niña se encontraban encerradas, sin poder salir, justo debajo de ellos, no
podían abrir la puerta y el nivel del agua cada vez subía más. Eloy no podía
dejarlas allí así que empezó a buscar el modo de bajar del tejado, sin ser
arrastrado otra vez por el agua, y entrar en la casa para rescatarlas. Lo mejor
era hacerlo por el lado contrario a la corriente, así que se quitó el
chubasquero y las botas para tener más movilidad, trepó hasta el vértice
superior del tejado y bajó con cuidado por el otro lado. La casa de madera aún
resistía el empuje del agua y los escombros, pero estaba completamente
deformada y no cesaban de oírse los crujidos que hacían dudar de su entereza
para resistir más tiempo. Encontró una ventana abierta, que ahora miraba en
sentido horizontal paralela al cielo, y se coló por ella. En el interior de la
casa le llegaba el agua hasta el cuello y tenía que avanzar agarrándose a los
muebles, barandillas, cualquier cosa que le diese algo de sujeción y
estabilidad, porque además, el hecho de estar en una habitación que se había
volcado 90 grados, daba una sensación de desconcierto que hacía perder el
sentido de la orientación y del equilibrio.
De la novela "La fuga" de Vicente Fisac
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