-
¿Te
encuentras bien? –le preguntó Eloy.
-
Me duele
mucho –susurró Marianne.
Ella
le explicó que le había vuelto ese dolor que no se apartaba casi nunca desde el
día del accidente y que se había tomado el analgésico que le habían recetado
para estos casos. No le quedaba más remedio que aguantar y esperar media hora o
una hora hasta que el dolor hubiese remitido. Eloy se sentó junto a ella para
hacerle compañía y comenzó a hablarle en voz baja.
-
¿Sabes? Las
esperas siempre se hacen más llevaderas cuando se está acompañado, así que si
quieres puedo estar contigo hasta que se te pase...
Marianne
no daba crédito a lo que estaba sucediendo. Aquél nuevo amigo, al que acababa
de conocer apenas unos días atrás, estaba pendiente de ella, se interesaba por
ella, y no pedía nada a cambio, “quizás porque aún no sabe que no tiene nada
que hacer conmigo”, pensó. Le extrañaba aquella muestra de amistad puesto que
–con excepción de su familia- las demás personas que habían pasado por su vida
desaparecían tan pronto le surgía a ella algún problema. Los ojos verdes de
Marianne se posaron en los ojos de Eloy, pidiéndole sin palabras que siguiese
allí junto a ella, que no la abandonase. Y Eloy continuó hablándole:
-
¿Sabes? Hay
mucha gente que te quiere. Tus padres siempre están pendientes de ti, igual que
tu abuela... –“¿cómo sabrá este que tengo abuela?”, pensó Marianne- ...y
también te quiere mucho tu hermano Nils...
Marianne
pegó un respingo y exclamó:
-
¿Cómo sabes
que tengo un hermano que se llama Nils?
-
He estado
con él esta tarde.
A
Marianne se le pasó de golpe el dolor, un poco porque el analgésico estaba
haciendo su efecto y un mucho porque Eloy había conseguido que toda su atención
dejase de centrarse en sí misma para centrarse en los demás.
De la novela "La fuga" de Vicente Fisac
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