Por eso, ahora tocaba entrar de lleno en la
vida islandesa, visitar a un amigo y realizar una ceremonia de pleitesía a la
naturaleza. No lejos de allí había un desvío hacia una zona de pequeñas casas
de madera, bastante separadas unas de otras. Una de ellas pertenecía a Magnus,
un policía jubilado que disfrutaba en aquél paraje de sus momentos de ocio. La
bandera de Islandia, izada, nos daba cuenta de que su morador se encontraba
dentro. A diferencia de España, donde los gobiernos socialistas han renegado de
la bandera nacional y han inducido a la población a relacionar dicho símbolo
con el fascismo, en Islandia como en todos los demás países europeos, la gente
se siente orgullosa de su bandera como símbolo de su país.
Les sorprendió el sonido que hizo el coche
al entrar en su terreno: las ruedas oprimían las numerosas piedras de lava
roja, de color granate intenso, que formaban el camino de acceso a la vivienda.
Aquello era mejor que cualquier timbre o perro guardián. El sonido alertó a
Magnus que salió a recibirlos. Le alegró ver a sus amigos y a los amigos de sus
amigos, para quienes había preparado algo muy especial: la plantación de cuatro
árboles.
Siglos atrás, Islandia tenía árboles, no
muchos (por el clima) pero bastantes. Sin embargo, cuando no fueron los
incendios, fueron los hombres quienes los talaron para construir sus casas y
sus barcos. Llegó un momento en que encontrar un árbol era un milagro, pero el
milagro auténtico ha venido después de la mano de los propios islandeses
quienes han emprendido con ferviente dedicación la reforestación de la isla y
se han valido para ello de los manantiales de agua caliente que dirigen no solo
a sus casas sino también a sus invernaderos.
El clima (frío, nieve, hielo, viento) no
puede ser más desfavorable; sin embargo –aunque nunca lleguen a alcanzar un
gran porte- los árboles van poco a poco saliendo de los invernaderos y haciendo
acto de presencia en numerosos lugares de la geografía. Uno de estos lugares
era aquella zona y, en concreto, la amplia parcela de Magnus que contaba con un
buen número de ellos, como claro ejemplo de que actualmente en Islandia se
plantan más árboles por persona que en ninguna otra parte del mundo.
De la novela "La luz horizontal", de Vicente Fisac
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