viernes, 7 de noviembre de 2025

El círculo de hadas (6)

Arne se detuvo al borde del círculo, conteniendo el aliento. En Eldenwood, los ancianos susurraban leyendas sobre "círculos de hadas", portales naturales donde el velo entre mundos se adelgazaba. "No pises dentro, niño, o te llevarán al reino de las sombras", le había advertido su abuela en noches de invierno junto al fuego. Pero el escepticismo de un hombre práctico lo impulsó a avanzar. Con pies de gato, evitando rozar siquiera las capsulas más externas, se situó en el centro exacto del corro. El aire allí era diferente: más cálido, cargado de un aroma dulzón y embriagador, como miel fermentada mezclada con tierra virgen. Giró lentamente sobre sí mismo, siguiendo con la mirada el círculo perfecto. Cada seta parecía pulsar con vida propia, sus laminillas vibrando levemente en la bruma, como si respiraran al unísono. El tiempo pareció detenerse; el bosque entero guardaba un silencio reverencial, roto solo por el latido sordo de su propio corazón.
 
"Son las más hermosas que he visto en mi vida", murmuró, arrodillándose con cuidado. La tentación fue irresistible. Sacó su navaja, cuya hoja curva relucía como una media luna, y comenzó a cortar una a una las setas con minuciosidad quirúrgica: un tajo limpio en la base del pie, un giro suave para extraerla sin dañar el micelio subterráneo. Las depositaba en su cesta con devoción, admirando su frescura, su peso carnoso. Una tras otra, el círculo se fue vaciando. La cesta se llenó hasta rebosar, un tesoro que bastaría para muchos guisos cremosos y cenas reconfortantes. Cuando cortó la última, se incorporó y miró alrededor. El círculo había desaparecido por completo. Donde antes había un anillo perfecto, ahora solo quedaba un vacío liso de musgo, como si la tierra hubiera sanado la herida de su propia magia en un parpadeo.
 
Satisfecho y algo mareado por el aroma intenso, Arne decidió que era hora de volver. La niebla persistía, pero confiaba en su instinto para hallar el camino. Se dio la vuelta, ajustó la cesta al hombro y dio los primeros pasos. Al cabo de unos minutos, sin embargo, una inquietud sorda se instaló en su pecho. El entorno no le resultaba familiar: los pinos eran más altos y retorcidos, con cortezas que parecían talladas con rostros fantasmales; los arbustos, cargados de bayas negras que nunca había visto en su bosque. No había ni rastro del sendero habitual, ni de la marca en el roble donde solía descansar, ni del arroyo que murmuraba como un viejo amigo. La niebla se arremolinaba a su alrededor, juguetona y traicionera, borrando cualquier punto de referencia. "¿Dónde demonios estoy?", susurró, con la voz ronca por primera vez. El bosque, que había sido su aliado de toda la vida, ahora lo observaba con ojos invisibles, y un frío ancestral le erizó la nuca.
 
Arne giró sobre sí mismo, buscando en vano el norte, pero la bruma lo había engullido todo. La cesta de setas, pesada en su hombro, de pronto le pareció una carga maldita. Y en lo más hondo de su mente, las palabras de su abuela resonaron como un eco profético: “No pises dentro, o te llevarán”.


Vicente Fisac es periodista y escritor. Todos sus libros están disponibles en Amazon:
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