martes, 11 de noviembre de 2025

El círculo de hadas (10)

Entonces, levantó la vista al letrero que colgaba sobre la puerta de la panadería: una tabla de roble pulido con letras curvas y elegantes, entrelazadas como raíces vivas, pintadas en un bermellón vivo. Ni una sola palabra le resultaba familiar; no era el alfabeto tosco de Eldenwood, con sus trazos angulosos y abreviaturas campesinas. Era un idioma antiguo, élfico casi, sacado de los libros polvorientos que el herrero del pueblo leía junto al fuego. Arne retrocedió un paso, el mundo girando a su alrededor. El bullicio de la calle —voces, risas, pregones— se convirtió en un zumbido ensordecedor, un muro invisible que lo aislaba de todo. ¿Había enloquecido? ¿O el círculo de setas lo había arrojado a un reino donde su lengua era muda?
 
Tambaleándose como un borracho, con la vista nublada y las piernas de gelatina, se arrastró hasta un banco de piedra en la esquina de lo que parecía la plaza central. Era un espacio amplio, pavimentado con losas hexagonales que formaban un mosaico de constelaciones desconocidas, rodeado de arcos porticados y una fuente central donde niños jugaban con barcas de madera. Se dejó caer en el banco, la cesta resbalando a sus pies con un sonido sordo. Agachó la cabeza entre las rodillas, mesándose los cabellos grises con dedos temblorosos, tirando de mechones como si pudiera arrancar la confusión de su cráneo. "Esto no puede ser", jadeó, la voz quebrada por el pánico. Imágenes destellaban en su mente: el círculo perfecto de setas pulsando con vida; la niebla tragándoselo; el río imposible; la ciudad de ensueño. ¿Era un castigo por su codicia? ¿Un portal a las tierras de las hadas, como advertía su abuela?
 
El sol calentaba la piedra bajo él, pero un frío profundo le calaba los huesos. Alrededor, la vida fluía indiferente: un vendedor de frutas le lanzó una moneda de cobre que rodó a sus pies; una pareja de enamorados pasó riendo, tomados de la mano; un guardia con armadura de escamas plateadas patrullaba con lanza en alto. Pero Arne estaba solo, un náufrago en un mar de extraños, y por primera vez en su vida práctica, rogó en silencio por un milagro que lo devolviera a casa. La ciudad lo observaba, curiosa y ajena, mientras el peso de lo imposible lo aplastaba contra la piedra.
 

Vicente Fisac es periodista y escritor. Todos sus libros están disponibles en Amazon:
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