sábado, 15 de noviembre de 2025

El círculo de hadas (14)

Arne parpadeó, el mundo inclinándose de nuevo bajo él. ¿Tiempo? Las leyendas de su abuela no eran cuentos de viejas; eran advertencias. "Yo... yo pisé dentro. Giré, lo admiré. Pero luego las corté. ¿Eso lo rompe todo?"
 
La joven asintió, sentándose de nuevo con movimientos fluidos, como si cada gesto fuera parte de una danza ritual. "Exacto. El círculo intacto es una puerta de doble filo: entra, y sales por el otro lado, de vuelta a tu mundo, cuando el hechizo se disipa —en horas, a veces en días—. Pero si lo profanas, si rompes el anillo... cierras el camino para siempre. La magia se deshace, el portal se sella con tu propia mano. Eres un exiliado eterno".
 
El viejo murmuró algo en su idioma desde el rincón, un asentimiento grave, y la joven continuó, su voz bajando a un susurro conspiratorio. "No eres el primero, Arne. Yo fui testigo una vez, hace siete años, en un claro no lejos de aquí. Apareció un hombre —vestía ropas antiguas, de lana burda y cuero sin curtir, como las de los clanes del norte profundo, de hace siglos—. Relató una historia similar a la tuya: un círculo de amanitas en su bosque, niebla espesa, un río desconocido... y esta ciudad, que para él era un sueño de torres imposibles. Pero él fue sabio, o afortunado: dejó intacto el círculo. Lo contempló, giró dentro, pero no tocó ni una sola seta. Al cabo de unas horas, el aire vibró, las setas reaparecieron en su formación perfecta, y él se introdujo de nuevo en el centro. Ante mis ojos —yo era una niña entonces, escondida entre los arbustos con mi padre—, el círculo brilló como un sol poniente, y desapareció. Se desvaneció en un remolino de luz y niebla, tragado por el portal restaurado".
 
Arne se aferró al borde de la mesa, el corazón latiéndole con furia. "¿Y qué le pasó después? ¿Volvió a su tiempo?".
Ella negó con la cabeza, los ojos nublados por un velo de tristeza antigua. "Eso no lo sé. Nadie lo sabe. El círculo se cerró tras él, las setas se hundieron en la tierra como si nunca hubieran existido, y el claro volvió a ser solo un claro. Podría haber regresado a su aldea, a su familia, a caballos y hachas de piedra. O podría haber errado por siempre en algún limbo entre mundos. Solo sé que desapareció ante mis ojos, y desde entonces, cargo con esa imagen: un hombre sonriendo con alivio justo antes de que la luz lo devorara".
 
El silencio cayó sobre la granja como una capa de nieve. El fuego crepitaba, el cello parecía aguardar su turno para llorar, y el viejo observaba con ojos que lo habían visto todo. Arne miró la cesta a sus pies, las setas naranjas ahora marchitas, exhalando un hedor dulzón de podredumbre incipiente. Su mano —codiciosa, práctica— las había condenado. Lágrimas calientes le quemaron los ojos, no de rabia, sino de una pérdida absoluta: Eldenwood, su cabaña solitaria, los guisos de otoño, el bosque que lo había traicionado. "¿No hay forma?", susurró. "¿Ni una?"
 
La joven extendió una mano sobre la mesa, rozando la suya con dedos fríos. "Quizás... pero no lo sé. Mi nombre es Lirael, y este viejo es mi abuelo, guardián de secretos del bosque. Quédate aquí esta noche. Mañana, buscaremos en los antiguos libros. Pero prepárate, Arne: has roto un círculo sagrado. El tiempo no perdona fácilmente".
 
Fuera, el sol se hundía en el horizonte, tiñendo el cielo de violeta —el mismo violeta de su traje—, y el mundo desconocido apretaba su abrazo. Arne, el recolector de setas, era ahora un viajero del tiempo, atrapado en un exilio que olía a magia rota y promesas incumplidas.
 

Vicente Fisac es periodista y escritor. Todos sus libros están disponibles en Amazon:
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