Cuando
contaba unos ocho años de edad, mi maestro me puso uno de esos ejercicios que
tanto me gustaban: “Poner lo contrario de…”.
Por
ejemplo, lo contrario de “alto” y yo ponía “bajo”. Lo contrario de “gordo” y yo
ponía “flaco”. Lo contrario de “pesado” y yo ponía “ligero”. Lo contrario de
“blanco” y yo ponía “negro”. Lo contrario de “nacer”… y yo puse: “no nacer”.
Cuando
mi maestro leyó aquello me dijo que estaba mal, que lo contrario de “nacer” era
“morir”. Entonces yo, un niño de apenas ocho años, le repliqué a mi maestro y
le dije que lo contrario de “nacer” era “no nacer” porque “morir” no es lo
contrario sino una consecuencia inevitable de “nacer” ¿o es que hay alguien que
nazca y no muera? Todos nacemos y todos moriremos, es nuestro destino y es algo
que no podemos cambiar.
Como
veis, con apenas ocho años, aquél niño le dio una lección a su maestro y este,
sorprendido y quizás emocionado, corrigió aquél ejercicio poniendo un “bien”.
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