El
cristianismo enseña que después de la muerte están el cielo, el infierno y el
purgatorio, y que antes de ir a uno de esos lugares hay un juicio y un ajuste
de cuentas. Los que llegan con esas creencias al momento de la muerte, suelen
sentir miedo porque –a fin de cuentas- todos hemos cometido faltas a lo largo
de nuestra vida. Pero en el cristianismo y en otras religiones, no se enseña
que esas faltas no son faltas sino experiencias necesarias para nuestro
aprendizaje, por eso quienes tienen la mente más abierta y no encorsetada por
esos rígidos corsés, llegan más felices a ese trance.
Quienes
crean al pie de la letra lo que dice el cristianismo, posiblemente se vean
“procesados” en un juicio, en donde se analizarán su vida y sus actos, y en
donde se dictará finalmente un veredicto, en un escenario rodeado de ángeles,
santos, etc. Mucha parafernalia y también mucho miedo y mucho respeto, por muy
buenos que hayan sido.
Porque…
¿sabes cuál es la clave? Pues que al igual que en esta vida nuestros
pensamientos y emociones van creando nuestra realidad (lo positivo atrae lo
positivo y lo negativo atrae lo negativo), esto también sucede después de la
muerte. Es decir, seremos nosotros, con nuestros pensamientos y emociones,
quienes construyamos ese escenario que nos recibirá cuando lleguemos al otro
lado.
Hay santos desconocidos que no han llegado a estar en los altares, y no por falta de merecimiento…
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