Tú
puedes tocar cualquier objeto “sólido” y deducir que es algo compacto, duro, “sólido”
como su propio nombre indica. Da igual lo que sea, un bloque de hierro, una
piedra, una simple rama de un árbol o tu propio brazo. Pero si pudieses ir
ampliando tu visión sobre lo que son esos cuerpos, si tuvieses a tu disposición
un microscopio tan especial que te permitiese agrandar la imagen, y volverla a
agrandar otra vez, y así sucesivamente, verías cómo al final te dabas cuenta
que todos esos objetos (incluido tu propio brazo) están formados por átomos, y
los átomos están separados unos de otros, lo cual quiere decir que cualquier
cuerpo “sólido” no es más que una serie de átomos que “bailan” en el espacio,
de tal forma que –hipotéticamente- un pequeño objeto, que fuese tan pequeño
como los espacios de vacío que existen entre los átomos, podría atravesarnos y
atravesar todos esos objetos sólidos sin tocarlos. Es por eso que digo que la
materia “sólida” como tal, no existe.
Ahora
bien ¿qué nos da esa sensación de solidez? Nos la da la vibración, y es que
todos los átomos están en constante vibración y por eso nos dan una apariencia
de solidez. Es algo así como las aspas de un ventilador; las vemos girar a tal
velocidad que nos da la sensación de que se trata de un disco sólido que gira,
y sin embargo sabemos que entre aspa y aspa hay un hueco, hay un espacio vacío.
Tu
cuerpo físico y tu mundo físico, esas dos cosas que te dan tanta seguridad
porque “los puedes tocar” en realidad te están engañando porque no son sólidos
sino un inmenso vacío en el que vibran muchos átomos. Esa vibración es la que
da la apariencia de vida y de existencia, pero en realidad la vida y la
existencia es el alma espiritual que momentáneamente habita tu cuerpo.
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