Cuando
hemos venido a este mundo físico lo hemos hecho aceptándolo como un reto, un
reto que nos ponemos a nosotros mismos para aprender, para perfeccionarnos,
para experimentar. Una vez llegado aquí, encorsetados en este mundo físico, nos
es muy difícil concebir otras realidades y mucho menos otras realidades que no
tengan las limitaciones físicas que tenemos aquí.
Estamos
tan apegados a este mundo que nos cuesta admitir que nuestro “yo” de los sueños
es más creativo, más eficaz, más productivo… que nuestro “yo” físico. Optamos
por lo más fácil: negar todo aquello que perturbe nuestro estado actual. Si
ponerse a pensar sobre conceptos tales como eternidad, infinito, tiempo,
especio, etc. nos causa agobio y desasosiego porque nos demuestra lo poco que
sabemos, la solución que adoptamos es la técnica del avestruz: escondemos la
cabeza para ignorarlo. Por eso a la mayoría de la gente no le gusta pensar
sobre estos conceptos y prefiere la comodidad que proporciona el ignorarlos.
Pero conceptos tales como ignorancia, comodidad, etc. son enemigos acérrimos
del progreso, del perfeccionamiento, de la superación, de la evolución… y son
estos últimos conceptos los que suponen la verdadera razón de nuestro existir.
Como
bien he leído en algunos de los libros que me han inspirado estos comentarios:
“Es mucho más fácil suponer que todas esas experiencias que vivimos en los
sueños son simbólicas, no literales”.
La arquitectura de las emociones…
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