El
pensamiento es un arma poderosa y cuando alcanza cierta intensidad es capaz de
atraer hacia sí el poder de transformar la realidad en lo que se desea. Las
emociones tienen igualmente ese poder.
Vemos,
pues, como disponemos de dos herramientas muy potentes para cambiar la realidad
acorde con nuestros deseos; el problema es que no sabemos manejarlos
adecuadamente. Si pones a un niño a los mandos de un avión, lo más normal es
que ese avión no llegue a despegar (y mejor que no lo haga, ¿verdad?).
Eso
mismo nos pasa a nosotros, que nos cuesta controlar nuestras emociones sin
darnos cuentas del influjo que estas ejercen sobre nuestro estado de ánimo,
sobre nuestra salud, e incluso sobre el futuro desarrollo de los
acontecimientos que nos afectan.
Y
eso es lo mismo que nos sucede con el pensamiento, que no nos creemos que tenga
poder para transformar el devenir de los acontecimientos… Pero aquí hay que
recordar algo muy importante y que no se debe olvidar jamás: El poder del
pensamiento y de las emociones para canalizarlo tal como deseamos, debe ir
acompañado de obras, de acción. No basta con quedarse sentado y pensar en lo
que queremos; eso está bien –por supuesto- pero sentados no lograremos nada,
tenemos que levantarnos, trabajar, hacer cuanto esté en nuestras manos para
conseguirlo. Ambos deben ir siempre juntos: el pensamiento y las obras.
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