domingo, 31 de diciembre de 2023

Diga 33

Después de casi 75 años disfrutando con mi trabajo de escritor, puedo decir que he cumplido con creces esas tres cosas que todas las personas debemos hacer en nuestra vida:

1.- Tener un hijo (y yo he tenido tres)-
2.- Plantar un árbol (y yo lo he plantado, pero no en un lugar cualquiera, sino en el más recóndito del planeta: en Islandia).
3.- Escribir un libro (y yo he hescrito más de 30 libros, de los cuales 33 se pueden consultar en Amazon).
 
Estos son –con indicación de los temas que aborda cada uno de ellos- mis 33 libros disponibles en Amazon, tanto en edición digital como en edición impresa:

Título

Tema

La Comunicación en la industria farmacéutica

comunicación, periodismo, industria farmacéutica

El legado farmacéutico de Alfred Nobel

historia, industria farmacéutica

La Comunicación en Medicina

comunicación, periodismo, industria farmacéutica

La industria farmacéutica por dentro

novela, industria farmacéutica

Médico, periodista y poeta

biografía, medicina, farmacia

Todo Poesía

poesía

Arquitecto de emociones

poesía

Yo soy Alma & Algo así

poesía, narrativa

Castidad & Rock and Roll

novela, road movie

La Olimpiada

novela histórica

Curiosidades del Sistema Solar

divulgación, astronomía

Los primeros pasos de un escritor

literatura, ensayo

Sigue esperando

teatro, ensayo

La Biblia de Falcon Crest

series TV, espiritualidad

Diccionario Político

política, humor

El mejor deporte es la sonrisa

deporte, humor

Asignatura: la Vida

poesía, enseñanza

Palabras de despedida

poesía, narrativa

No son coincidencias

espiritualidad

Humormicina

humor, medicina

Diccionario Daimieleño – Español

diccionarios, humor, cultura popular

Cosas de Noruega

viajes, turismo

Reflejos de Islandia

novela, viajes, turismo

La verdad sólo es un punto de vista

ensayo, narrativa, opinión

Cómo dar bien las malas noticias

periodismo, comunicación, medicina

Internet y Salud

periodismo, comunicación, medicina

Una santa desconocida

poesía, religión

Diario del caos

coronavirus

Memorias de un Dircom

comunicación, periodismo

Editoriales diferentes

comunicación, periodismo

Lecturas diferentes

comunicación, periodismo

La edad de oro de la industria farmacéutica

biografía, industria farmacéutica

La salud desde otro punto de vista

comunicación, periodismo, medicina, farmacia, laboratorios



“Biblioteca Fisac”: 

domingo, 17 de diciembre de 2023

Ciencias o Letras, la eterna disyuntiva

Aquél verano las clases particulares tuvieron que ser de algo menos poético y, con la ayuda de otro profesor, se intentó que aprobase aquellas dos asignaturas pendientes. No sólo no se logró el objetivo sino que sucedió algo totalmente imprevisto. Para poder pasar de curso con dos asignaturas pendientes (Matemáticas y Física) tuve que cambiar de colegio, pero la cosa no mejoraba y al llegar la Navidad, el director de ese nuevo colegio propuso una solución drástica: en vista de que las Matemáticas y la Física no eran lo mío ¿por qué no probaba con el Latín y el Griego? En su opinión, yo había elegido el camino equivocado, “Ciencias”, cuando quizás se adecuase mejor a mí el de “Letras” y, curiosamente, entre ambas opciones todas las asignaturas eran comunes excepto Latín y Griego por una parte y Matemáticas y Física por otra. El director del colegio había dado con la clave: los suspensos que arrastraba en Matemáticas y Física del curso anterior se cambiarían por las asignaturas de Latín y Griego del curso anterior.
 
Fue así como di un giro importante a mi formación. Me puse a estudiar de forma intensiva Latín y Griego –tanto del curso anterior como del que estaba inmerso en ese año- y el resultado no pudo ser más satisfactorio: saqué adelante las dos asignaturas pendientes además del curso normal de aquél año, aunque fuese con las recuperaciones de algunas asignaturas en septiembre.
 
Pero ¿qué fue de mi relación con Manuel Prieto después de aquello? Como he dicho, había una conexión especial entre nosotros y eso era algo que no podía matar ni el tiempo ni la distancia. Él había dejado el colegio y se había marchado a vivir a Zaragoza para dar clases en el Instituto Laboral de aquella ciudad. A partir de ese momento nuestra relación fue epistolar y durante varios años estuvimos escribiéndonos cartas.
 
Bueno ¿y qué? Posiblemente penséis que eso no tiene nada de particular, pero... os equivocáis. La comunicación que a partir de aquél momento mantuvimos por carta fue muy especial puesto que no se trataba de cartas normales en las que cada uno cuenta lo que ha hecho y pregunta qué tal le va al otro. Aquellas cartas eran de corazón a corazón, de poeta a poeta, de alumno inmaduro a alumno ya madurado. Sé que es difícil de entender y, por otra parte, no tengo intención de plasmar aquí mis interioridades ni las de él. Por este motivo, para que vosotros podáis comprenderlo, he recogido de aquellas cartas una serie de párrafos que dan buena idea de lo excepcionalmente atípico de dicha correspondencia.
 
Pero hay más, en esta selección de párrafos hay tal cantidad de reflexiones sobre el ser humano que conviene leerla con detenimiento para aprovechar toda su riqueza. Eso es también lo que me ha movido a incluirlas a continuación… que también vosotros podáis conocer al menos un poquito de las enseñanzas que yo tuve el privilegio de recibir. En las próximas entradas que haga en este blog lo podréis comprobar por vosotros mismos...
 

Obras de teatro que nunca llegaron al escenario…
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sábado, 16 de diciembre de 2023

La belleza está en la sencillez

Comprendí que la belleza de la poesía estaba en la traslación sencilla de los sentimientos, que no eran necesarias la métrica y la rima, pero sí el ritmo y el corazón. De esta forma, aunque continuaba escribiendo algunos poemas con métrica y rima, al estilo clásico, comencé a adentrarme en la poesía moderna y más aún cuando él me enseñó sus propios poemas y cuando me hizo descubrir a grandes poetas como Pedro Salinas o Pablo Neruda... De igual forma me animó para que me atreviese con todo tipo de composiciones puesto que no se puede lograr mejorar en nada si no es con esfuerzo.
 
Como ejemplos de algunos de los ejercicios que me ponía para que yo se los entregase en la siguiente clase, recuerdo que iniciaba un diálogo entre dos personas sobre cualquier tema y lo cortaba de improviso; yo debía continuar ese diálogo de la forma que mejor me pareciese. Otras veces escribía una serie de palabras y después yo debía escribir cualquier tipo de narración con la única condición de que estuviesen contenidas en la misma todas esas palabras. Más común era cuando comenzaba un relato que yo debía continuar o cuando me encargaba que utilizase un montón de sinónimos o antónimos en cualquier composición escrita.
 
Como prueba de esa especial relación que surgió entre ambos, un buen día, al mes escaso de haber comenzado aquellas clases, me dedicó este acróstico:
 
“Vas sudando la lucha serena,
Intranquila, del tiempo,
Con las manos abiertas al mundo,
Estrenando la vida y la sangre,
Nacida de la luz tan de repente.
Trampa abierta en tu paz
Entre tu asombro de joven que renace.
 
Fuego que hiela las entrañas niñas,
Inútiles aún, a punto siempre,
Siempre esperando,
Acaso sin saberlo,
Con los ojos alegre un primer llanto”.
 
Lo tituló “Un mes... y tú tranquilo” y le puso la siguiente dedicatoria: “A Vicente, al mes de conocer que también hace poesías”. Ya no éramos profesor y alumno, ya éramos amigos, ya éramos colegas. Cada hora de clase particular fue dejando menos espacio a la enseñanza de la Historia y más tiempo a mejorar mi forma de escribir, pero curiosamente comencé a sacar mejores notas y saldé mi cuenta pendiente con la Historia aunque no pude decir lo mismo respecto a las Matemáticas y la Física.
 

Historias de un amor diferente…
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viernes, 15 de diciembre de 2023

La forja de un escritor

Las asignaturas de Matemáticas y Física eran las que peor se me daban; sacar un cinco en ellas era toda una proeza que pocas veces conseguía. Sin embargo, no sé por qué extraña razón, ese año se me atragantó la asignatura de Historia. Pensándolo ahora no le encuentro explicación porque la asignatura no era demasiado difícil, como su propio nombre indica, la “Historia” son “historias”, es decir, algo que debe gustar a cualquier escritor o aspirante a serlo. Pero el caso es que comencé a sacar suspenso tras suspenso en Historia. Entonces sucedió algo inusual: el profesor de Historia dejó temporalmente las clases (creo que fue por enfermedad), el caso es que entró un profesor sustituto para continuar dando esa asignatura durante el tiempo en que el profesor titular faltase. Ese profesor era Manuel Prieto Peromingo. Como profesor era bueno y me gustaba más su forma de explicar las cosas porque trataba de hacernos entender la Historia en vez obligarnos a aprenderla de memoria (quizás ahí estribase el motivo de mis malas notas anteriores). Y un buen día comentó que si alguien necesitaba clases particulares de apoyo él estaba dispuesto a darlas. Como aquél profesor me gustaba y ya iba bastante atrasado en esa asignatura, mis padres accedieron a que me diese clases particulares. De esta forma un par de días a la semana o así, se acercaba a casa para hacerme “entender” la Historia.
 
Como él era una persona amable, sencilla, que sabía ganarse la confianza de los alumnos, se estableció muy pronto una fluida corriente de comunicación entre ambos. Así, no habían pasado más que unos pocos días de clases particulares, cuando le comenté que yo escribía poesías. Aquello le sorprendió, sobre todo cuando comprobó que los poemas que empecé a mostrarle tenían cierto fundamento y, sobre todo, porque se daba otra circunstancia: él también era poeta.
 
De esta forma, las clases fueron dejando cada día un pequeño hueco reservado al análisis y corrección de mi forma de escribir. Con pequeños retoques sobre lo que yo había escrito previamente, conseguía dar ritmo a mis poemas, como podemos ver en el resultado final de este:
 
“Moría la luz
del lecho del sol.
Sentado, sentía
las nubes correr
por el espejo de la tarde.
Con tristeza a mis espaldas
reía y lloraba; y no sabía
por qué yo no quería ver
mi propia luz.
Se detuvo el sol
y me dejó pensar”.
 

Un escritor debe explorar todos los caminos…
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jueves, 14 de diciembre de 2023

Poesía, mi asignatura favorita

Durante varios meses, aquellas mañanas en que pasaba en su casa una hora o poco más, hablando de poesía, leyendo otros poemas, revisando mis escritos, poniéndome ejemplos, etc. me sirvieron de gran ayuda y me animaron a seguir escribiendo. Ese mismo curso, un poema mío titulado “Lamento de un pozo seco”, formado por 19 cuartetos, era publicado en la revista del colegio, en la que –posiblemente- era la primera vez que se publicaba una poesía escrita por un alumno. Ese poema narraba la historia de un pozo seco que se lamenta de su inutilidad y al que los pastores de la zona maldicen por esta causa; el pozo, hablando en primera persona, nos narra sus cuitas y pide a la Virgen un pequeño milagro, que vuelva a manar el agua en sus entrañas. Los  milagros existen, pero no salen de la nada; por ello Dios se vale de la propia naturaleza para lograr sus deseos. En concreto, en este caso, hace que un ligero temblor de tierra abra una brecha en el subsuelo de un pantano cercano, gracias a lo cual el agua se filtra por esa grieta y vuelve a alimentar el pozo.
 
“La gran brecha de agua clara
aquél pozo sustentó,
y en hermosa y fértil granja
el terreno convirtió.
 
La gente reza a su lado
en aquél lugar de ensueño.
¡Aquello fue un gran milagro,
no fue un milagro pequeño!”
 
Así finalizaba esta poesía con la que conseguía contar una historia en verso. Pero no solo historias sino también, y sobre todo, eran mis sentimientos los que afloraban en los poemas. Este es un ejemplo:
 
“¿Por qué yo sentí aquél fuego
que hasta me hizo enmudecer?
¿Por qué quise dar por cierto
lo que es imposible hacer?”
 
Con sus enseñanzas aprendí a utilizar el lenguaje poético, como en estos versos de un poema de ocho cuartetos dedicado al río Guadiana:
 
“En la tierra de molinos
eres el aspa del suelo,
vas regando los trigales
reflejándose en ti el cielo”.
 
Realmente no fueron muchas, pero aquellas mañanas con mi profesor, en donde abrí mi corazón a sus enseñanzas y él me ofreció su saber y su amistad, tuvieron un efecto fulminante: me sentí poeta.
 
Y así se culminó aquél curso en el que saqué mis mejores notas. Y así terminó mi relación con Eloy porque no volvió  a dar clase en el colegio ya que le salió una plaza de profesor en Ciudad Rodrigo y se marchó a vivir a aquella ciudad salmantina. Pero, sin saberlo, poco después, a los 15 años de edad, una nueva casualidad me otorgó el privilegio de contar con la ayuda de otro profesor.
 

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miércoles, 13 de diciembre de 2023

Primeras lecciones de Poesía

Aunque ahora le parezca mentira a los chicos de hoy, en aquella época los estudiantes teníamos muy poco tiempo libre. En mi caso concreto, entraba en el colegio a las nueve de la mañana y salía de allí... ¡a las siete de la tarde! A media mañana, un pequeño momento de recreo. Después, a mediodía, la comida en el propio colegio, y apenas después de comer, otra vez a clase. Cuando terminaban las clases, nada de irse corriendo a casa; había que estudiar y hacer los deberes y por eso casi todos los días había que quedarse en una clase, vigilados por un profesor, una o dos horas más para asegurarse que hacíamos los deberes que nos habían mandado para el día siguiente. Cuando por fin llegabas a casa, seguramente aún quedase algún problema de matemáticas por resolver, o algún ejercicio de cualquier otra asignatura, así que tampoco era cosa de ponerse a jugar. Cuando, por fin, habías terminado...ya era hora de cenar y después un poco de vida familiar y a dormir. Este programa se repetía ¡seis días a la semana! Puesto que los sábados eran un día laborable como cualquier otro; el único día un poco especial (aparte del domingo) era el jueves, en que teníamos la tarde libre. ¡Vamos, igual que ahora!
 
Precisamente ahí quería llegar, al tiempo libre que –como acabo de explicar- era muy escaso. Por eso, Eloy se ofreció para ayudarme en uno de los pocos ratos libres que yo podía disponer y a él no le importaba: el domingo por la mañana. Me dijo que si quería podía ir a su casa los domingos por la mañana y allí revisaríamos juntos mis poesías y me explicaría cómo ir mejorando. Acepté encantado y comencé a visitarle, en el piso de alquiler donde vivía con su mujer y su hija recién nacida, a la salida del metro de Batán. Acudía allí un par de domingos al mes con las cosas que había escrito.
 
Recuerdo que el primer poema que sometí a su consideración se titulaba “Nieve” y tenía versos como estos que exaltaban la ilusión con que siempre es recibida la nieve por los jóvenes:
 
“¡Nieve! Mágica palabra que encierra
un mensaje de amor y ternura. ¡Nieve!
Eterna esperanza del mundo más joven”.
 
Para lamentar, después, esa obstinación del mundo adulto por quitarla de en medio:
 
“Te quitan de la vista del mundo,
y de ti no queda nada.
Tan solo se recuerdan esas gotas
que en otro tiempo fueron carne tuya.
¡Qué pena que tanta hermosura
tenga final tan amargo!”
 
A lo largo de varios meses, Eloy me fue dando sus consejos para que mejorase mi poesía y algunas veces hasta sonaba la flauta por casualidad. En una poesía, titulada “Poema a la madre” decía en unos versos:
 
“Tú que por mi atlas caminaste
buscando hasta en lo más escondido...”
 
Al leer aquello, Eloy elogió esa figura poética, el atlas de mi persona, por donde camina una madre pendiente siempre hasta de los más pequeños detalles de su hijo... ¡Quiá! ¡Pura chiripa! Lo que en realidad yo había escrito, era mi admiración por el esfuerzo de mi madre que se recorrió un montón de librerías de Madrid hasta que por fin encontró un “Atlas” que necesitaba para la clase de Geografía. Sin embargo, aquella inesperada coincidencia, hizo que me diese cuenta del significado visual que encierran muchas palabras y cómo estas se pueden utilizar para expresar el pensamiento poético.
 

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martes, 12 de diciembre de 2023

Un 10 que marcó mi vida

En el campo de la Literatura (que era, evidentemente, la asignatura que más me gustaba, junto con las Ciencias Naturales) disfrutaba cada vez que me mandaban hacer alguna redacción. A la edad de 12 años llamó la atención de mis profesores mi capacidad para escribir y publicaron una de mis redacciones en la revista del colegio. Se titulaba “La primera vez que vi el mar” y decía cosas como esta:
 
“De sitio en sitio por los lugares costeros. Y a mi alma le pregunto ¿cómo será el mar? Por los caminos del mundo voy en busca de un algo. Y cada vez que pienso en ese algo, más aumenta mi desconcierto y por mi mente pasan más de mil pensamientos. Por más que lo pienso no acierto a imaginar: ¿Cómo será el mar? Mi viaje se detiene, mientras una voz dice: ‘¡Hemos llegado al mar!’. Es de noche y no lo veo. Yo quiero verlo. Y mientras más miro, menos veo. Yo me consuelo diciendo: ‘Hemos llegado al mar’”.
 
Estaba escrita en prosa aunque instintivamente buscaba la rima en algunos párrafos, lo cual no hacía sino estropear la narración. Pero, a fin de cuentas, era un incipiente escritor que se estaba haciendo a sí mismo. Por eso supuso una gran ayuda lo que sucedió un buen día, a los 13 años de edad, cuando estaba en clase de Literatura. El profesor, Eloy Rada García, nos había mandado escribir una redacción. Los alumnos escribíamos afanosamente en nuestro cuaderno, buscábamos en nuestro cerebro ideas que transmitir, nos rascábamos la cabeza... y mientras tanto, Eloy se paseaba entre nosotros para que permaneciésemos inmersos en nuestra tarea sin distracciones de ningún tipo, en medio de un silencio sepulcral. Según fuimos finalizando –ya no recuerdo si yo fui uno de los primeros o de los últimos en entregar la redacción- el profesor recogió los cuadernos y se los llevó para corregirlos. Al día siguiente, en clase, comenzó a repartir los cuadernos con las notas correspondientes que siempre ponía con un lápiz rojo. Cuando me entregó mi cuaderno vi que allí había algo fuera de lo normal; no se había limitado a escribir la nota sino que había escrito un párrafo. Decía así: “Con toda alegría le felicito y le animo; tal vez por este camino que tiene pasos de niño, Vd. llegue a dar pasos de gigante. 10”. Evidentemente, el “10” era lo que menos me importaba (entre otras cosas porque en Literatura estaba sacando mis mejores notas); lo que me llenó de una inmensa alegría fue aquella frase de ánimo, de valoración positiva de cuanto había escrito.
 
Aquella redacción no es que fuese gran cosa, pero teniendo en cuenta que estaba escrita en vivo y en directo, improvisada allí mismo, por un niño de 13 años, tenía un nivel bastante superior a la media y decía cosas como esta:
 
“Entre la alta hierba y bajo el amparo de los gigantescos árboles, corre un hermoso río. Su corriente incansable de agua es como el corazón del bosque. Atraviesa las grandes montañas y vadea las colinas siempre sin detenerse. Visto desde lo alto de su nacimiento, y observando su recorrido, parece no morir nunca. Él es la vida de todos…”.
 
Al finalizar la clase me dirigí hacia el profesor y le dije que me gustaba mucho escribir y que también escribía poesías.  Eloy me dijo que le gustaría ver alguna de esas poesías y entonces quedé con él en llevarle alguna al día siguiente. Así lo hice y cuando las vio, me preguntó si de verdad quería ser escritor y desarrollar esta faceta, a lo que respondí que sí, sin dudar.
 

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lunes, 11 de diciembre de 2023

Sin sentido del humor no vale la pena vivir

El humor siempre ha estado presente en todos mis escritos; y así ha sido desde el principio. En aquella primera “novela” había párrafos como este: “Un día le mandaron que fuera a por 50 kg. de hígado de pato, y el muy tozudo fue y le dijo: ‘Capitán, aquí tiene 50 patos de un kilo; que les saque el hígado el cocinero’. Esa respuesta le costó un buen castigo: ‘Yo te pondré de pinche del cocinero’, le dijo el capitán”. Y según se cuenta más adelante en esta novela “Federico Barbarroja se fue corriendo como un rayo y al rato dijo: ¡Capitán, que venga una ambulancia, fíjese, ya tengo un bote lleno de sangre! ¿Pero qué ocurre? ¿A qué vienen esos gritos, y la sangre de quién es? Del cocinero, usted me dijo que pinche al cocinero ¿verdad? Pues eso hice”. Por cierto, no sólo la redacción de estos párrafos, sino también los signos gramaticales (comillas, guiones, interjecciones, interrogaciones...) los he trascrito aquí tal y como los escribí de niño en aquél pequeño cuaderno que aún conservo.
 
A esa edad aún no sabía quién era Gila ni se habían hecho famosos Tip y Coll, sin embargo el humor absurdo ya formaba parte de mí tal como se aprecia en párrafos como estos: “Lo cual le costó cinco días de calabozo comiendo solamente pan, cabezas de pato y agua”; o este otro: “Vio venir al capitán en un patinete y llevaba una bolsa llena de caramelos y otra de granadas”.
 
Cuando a la edad de nueve años llegué a Madrid empezó la parte más difícil: los estudios. No me gustaba nada estudiar, sólo quería jugar, imaginar cosas... En las clases procuraba estar atento a las explicaciones del profesor porque sabía que cuanto más retuviese de esas explicaciones (de las que no podía escapar) menos tiempo sería necesario después para aprenderme las lecciones y por consiguiente más tiempo libre tendría para mis juegos. También, por esa misma razón, se me hacía muy cuesta arriba “hacer los deberes” mientras que disfrutaba cuando lo que mandaba el profesor era “un trabajo”, es decir, algo donde yo tuviese que aportar mi imaginación, mi creatividad, mi iniciativa...
 

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domingo, 10 de diciembre de 2023

Un novelista de 8 años de edad

En aquellos años tenía en el pueblo un profesor particular que me enseñaba cultura general. Uno de los ejercicios que más me gustaba era el que consistía en poner “lo contrario de” como, por ejemplo, blanco-negro, abierto-cerrado... Una vez me puso la palabra “nacer” y como contrario a esta palabra yo escribí “no nacer”. “Esto está mal –me dijo- lo contrario de nacer es morir”. “No –le respondí yo- lo contrario de nacer es no nacer, porque morir es una consecuencia de haber nacido”. Por un momento mi profesor se quedó pensativo y después sonrió... y me dio la razón.
 
La casa del pueblo tenía dos plantas, la baja –que era más fresca- la utilizábamos para el verano, y la superior –que tenía calefacción central, algo que era un lujo en aquella época- para el invierno. Esa casa era de mis abuelos aunque ellos sólo pasaban allí algunas temporadas. Con una planta cuadrangular, la recorría un enorme pasillo con ventanas a un gran patio central. Entre un piso y otro, junto con las dependencias del corral en donde había despensas, almacenes, cocina para la matanza, etc. había más de 40 habitaciones. Está claro que un universo tan amplio de espacios por explorar, era un excelente caldo de cultivo para potenciar la imaginación de un niño.
 
El profesor –viendo que yo disfrutaba con esos ejercicios- seguía poniéndome nuevos retos: árboles de hoja caduca, ríos de España, prendas de vestir... yo tenía que buscar en mi imaginación el mayor número de respuestas posibles. Y cuando ya dominaba suficientemente el vocabulario, me introdujo en el mundo de la redacción. “Escribe diez líneas sobre lo que has hecho este domingo”, me decía, por ejemplo, y yo trasladaba al papel lo que hubiera dicho de viva voz.
 
Encontraba tanto placer en escribir que ya no me bastaba con “hacer los deberes” sino que me animé a escribir mi primera novela. Se trataba de una narración de nueve páginas de extensión (de un cuaderno pequeño) a la que titulé “Federico Barbarroja” y contaba las andanzas de un soldado “valiente y cabezudo”. La historia, plena de acción y humor, tenía algunas incongruencias realmente divertidas. Por ejemplo, el soldado tenía 20 años y su madre 91, es decir, que lo parió a los 71 años de edad; más años como gestante primeriza que Santa Ana, según creo recordar.
 

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sábado, 9 de diciembre de 2023

Raíces: Un escritor de buena cepa

Para encontrar las raíces de mi vocación como escritor hay que acudir a los primeros años de mi infancia. Aunque en mi DNI ponga que nací en Madrid, eso es falso. Mis padres y toda mi familia vivían en Daimiel (Ciudad Real) y allí fue donde me engendraron. Cosa muy distinta es que mi madre se desplazase hasta Madrid para que yo naciese en un hospital, pero una vez hecho esto, regresó conmigo a Daimiel y allí estuve viviendo hasta los nueve años de edad. Sin embargo, este último cambio de residencia no cortó mis raíces, ya que los tres meses de vacaciones de verano los pasaba siempre en Daimiel, así como la Semana Santa. En aquella época la gente no viajaba tanto ni estaba tan extendida la costumbre de los viajes de vacaciones; como mucho, aquellos que vivían en una gran ciudad aprovechaban las vacaciones para volver a su pueblo. En mi caso, no fue hasta los 16 años que pasé unos días de vacaciones en la playa, aunque sí tuve ocasión de conocerla a los seis años de edad para celebrar que había vuelto a nacer...
 
Sí, esa vuelta a nacer pudo quizás influir también en mí. Todo ocurrió, como digo, a la edad de seis años. Estaba pasando unos días con mis padres en la finca que tenía mi abuelo en las afueras del pueblo. Ellos estaban dentro de la casa atendiendo sus labores, mientras yo jugaba en el jardín haciendo castillos de barro. Con mi cubito de hojalata cogía agua de la alberca y la mezclaba con la tierra del jardín para hacer barro y dar forma a unas rudimentarias paredes de vete tú a saber qué tipo de construcción. En uno de estos viajes me incliné demasiado sobre el borde de la alberca para llegar bien al agua y poder llenar mi cubo. Y me caí dentro. No sabía nadar y sólo acerté a gritar “papá, papá...” y cada vez que gritaba más agua tragaba. Mientras tanto, mis padres seguían dentro de la casa, ajenos a cuanto pasaba en el exterior. Entonces, mi padre sintió una llamada en su interior que le hizo preguntarse qué estaría haciendo, así que decidió salir. Recorrió los alrededores de la casa y el jardín sin verme, pero entonces se le ocurrió –al ver el montón de barro que había dejado en el jardín- que quizás me hubiese caído a la alberca. Yo recuerdo cómo mis gritos se iban ahogando (y nunca mejor dicho) y cómo todo se volvió negro al tiempo que una mano parecía cogerme; pero no recuerdo nada más. Mis recuerdos se reanudan unos minutos después, cuando desperté y mi padre me sacudía boca abajo mientras yo echaba agua por la boca. Si a mi padre no se le ocurre ir a buscarme en ese momento, si en esa búsqueda se hubiese demorado unos segundos más... no estaría ahora contándolo. Tuve por tanto una segunda oportunidad para seguir en este mundo.
 

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miércoles, 6 de diciembre de 2023

Balance de una vida

Haciendo un balance de mi trayectoria profesional, puedo sentirme enormemente satisfecho de haber trabajado en lo que más me gustaba y encima haber cobrado un buen sueldo, haber viajado por toda Europa, haber formado parte de equipos de comunicadores nacionales e internacionales y haber intercambiado con ellos ideas y experiencias.
 
Si me hubiese quedado con la idea fija de vivir de la poesía, me habría muerto de hambre. Si me hubiera empeñado en ser escritor buscando alguna editorial que me publicase, me hubiera desesperado y seguramente –porque a la extrema dificultad de esta tarea se añade una inestimable cantidad de suerte- no hubiera alcanzado el éxito que deseaba. Sin embargo, la Publicidad primero, y el Periodismo después, me permitieron disfrutar escribiendo noticias, reportajes, artículos, editoriales, discursos, libros, etc. con un salario y un reconocimiento profesional del que me siento honrado y agradecido.
 
Ahora, disfrutando ya de la jubilación, puedo recuperar muchos de aquellos escritos que realicé a lo largo de mi vida y reunirlos –como en este caso- en un libro para dar a conocer cómo son esos primeros años en que un niño, un adolescente y un joven, sueña con ser escritor. Ese es, en realidad, el único valor de este libro: la enseñanza, el poder ver cómo evoluciona un escritor en ciernes en esos primeros pasos.
 
Porque después, he seguido escribiendo y ha abarcado multitud de géneros a lo largo de mi trayectoria profesional: novela, historia, biografía, poesía, teatro, humor, comunicación, medicina, ensayo, divulgación científica… Todos esos libros que he escrito y que seguiré escribiendo mientras tenga vida y lucidez para ello, se van incorporando a Amazon para que sus ediciones en eBook y en papel puedan estar al alcance de cualquier lector interesado en cualquier parte del mundo.
 

Las divertidas (e incluso educativas) anécdotas en la vida de un Director de Comunicación…
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