sábado, 9 de diciembre de 2023

Raíces: Un escritor de buena cepa

Para encontrar las raíces de mi vocación como escritor hay que acudir a los primeros años de mi infancia. Aunque en mi DNI ponga que nací en Madrid, eso es falso. Mis padres y toda mi familia vivían en Daimiel (Ciudad Real) y allí fue donde me engendraron. Cosa muy distinta es que mi madre se desplazase hasta Madrid para que yo naciese en un hospital, pero una vez hecho esto, regresó conmigo a Daimiel y allí estuve viviendo hasta los nueve años de edad. Sin embargo, este último cambio de residencia no cortó mis raíces, ya que los tres meses de vacaciones de verano los pasaba siempre en Daimiel, así como la Semana Santa. En aquella época la gente no viajaba tanto ni estaba tan extendida la costumbre de los viajes de vacaciones; como mucho, aquellos que vivían en una gran ciudad aprovechaban las vacaciones para volver a su pueblo. En mi caso, no fue hasta los 16 años que pasé unos días de vacaciones en la playa, aunque sí tuve ocasión de conocerla a los seis años de edad para celebrar que había vuelto a nacer...
 
Sí, esa vuelta a nacer pudo quizás influir también en mí. Todo ocurrió, como digo, a la edad de seis años. Estaba pasando unos días con mis padres en la finca que tenía mi abuelo en las afueras del pueblo. Ellos estaban dentro de la casa atendiendo sus labores, mientras yo jugaba en el jardín haciendo castillos de barro. Con mi cubito de hojalata cogía agua de la alberca y la mezclaba con la tierra del jardín para hacer barro y dar forma a unas rudimentarias paredes de vete tú a saber qué tipo de construcción. En uno de estos viajes me incliné demasiado sobre el borde de la alberca para llegar bien al agua y poder llenar mi cubo. Y me caí dentro. No sabía nadar y sólo acerté a gritar “papá, papá...” y cada vez que gritaba más agua tragaba. Mientras tanto, mis padres seguían dentro de la casa, ajenos a cuanto pasaba en el exterior. Entonces, mi padre sintió una llamada en su interior que le hizo preguntarse qué estaría haciendo, así que decidió salir. Recorrió los alrededores de la casa y el jardín sin verme, pero entonces se le ocurrió –al ver el montón de barro que había dejado en el jardín- que quizás me hubiese caído a la alberca. Yo recuerdo cómo mis gritos se iban ahogando (y nunca mejor dicho) y cómo todo se volvió negro al tiempo que una mano parecía cogerme; pero no recuerdo nada más. Mis recuerdos se reanudan unos minutos después, cuando desperté y mi padre me sacudía boca abajo mientras yo echaba agua por la boca. Si a mi padre no se le ocurre ir a buscarme en ese momento, si en esa búsqueda se hubiese demorado unos segundos más... no estaría ahora contándolo. Tuve por tanto una segunda oportunidad para seguir en este mundo.
 

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