jueves, 14 de diciembre de 2023

Poesía, mi asignatura favorita

Durante varios meses, aquellas mañanas en que pasaba en su casa una hora o poco más, hablando de poesía, leyendo otros poemas, revisando mis escritos, poniéndome ejemplos, etc. me sirvieron de gran ayuda y me animaron a seguir escribiendo. Ese mismo curso, un poema mío titulado “Lamento de un pozo seco”, formado por 19 cuartetos, era publicado en la revista del colegio, en la que –posiblemente- era la primera vez que se publicaba una poesía escrita por un alumno. Ese poema narraba la historia de un pozo seco que se lamenta de su inutilidad y al que los pastores de la zona maldicen por esta causa; el pozo, hablando en primera persona, nos narra sus cuitas y pide a la Virgen un pequeño milagro, que vuelva a manar el agua en sus entrañas. Los  milagros existen, pero no salen de la nada; por ello Dios se vale de la propia naturaleza para lograr sus deseos. En concreto, en este caso, hace que un ligero temblor de tierra abra una brecha en el subsuelo de un pantano cercano, gracias a lo cual el agua se filtra por esa grieta y vuelve a alimentar el pozo.
 
“La gran brecha de agua clara
aquél pozo sustentó,
y en hermosa y fértil granja
el terreno convirtió.
 
La gente reza a su lado
en aquél lugar de ensueño.
¡Aquello fue un gran milagro,
no fue un milagro pequeño!”
 
Así finalizaba esta poesía con la que conseguía contar una historia en verso. Pero no solo historias sino también, y sobre todo, eran mis sentimientos los que afloraban en los poemas. Este es un ejemplo:
 
“¿Por qué yo sentí aquél fuego
que hasta me hizo enmudecer?
¿Por qué quise dar por cierto
lo que es imposible hacer?”
 
Con sus enseñanzas aprendí a utilizar el lenguaje poético, como en estos versos de un poema de ocho cuartetos dedicado al río Guadiana:
 
“En la tierra de molinos
eres el aspa del suelo,
vas regando los trigales
reflejándose en ti el cielo”.
 
Realmente no fueron muchas, pero aquellas mañanas con mi profesor, en donde abrí mi corazón a sus enseñanzas y él me ofreció su saber y su amistad, tuvieron un efecto fulminante: me sentí poeta.
 
Y así se culminó aquél curso en el que saqué mis mejores notas. Y así terminó mi relación con Eloy porque no volvió  a dar clase en el colegio ya que le salió una plaza de profesor en Ciudad Rodrigo y se marchó a vivir a aquella ciudad salmantina. Pero, sin saberlo, poco después, a los 15 años de edad, una nueva casualidad me otorgó el privilegio de contar con la ayuda de otro profesor.
 

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