Aquél verano las clases particulares tuvieron que ser de
algo menos poético y, con la ayuda de otro profesor, se intentó que aprobase
aquellas dos asignaturas pendientes. No sólo no se logró el objetivo sino que
sucedió algo totalmente imprevisto. Para poder pasar de curso con dos
asignaturas pendientes (Matemáticas y Física) tuve que cambiar de colegio, pero
la cosa no mejoraba y al llegar la Navidad, el director de ese nuevo colegio
propuso una solución drástica: en vista de que las Matemáticas y la Física no
eran lo mío ¿por qué no probaba con el Latín y el Griego? En su opinión, yo
había elegido el camino equivocado, “Ciencias”, cuando quizás se adecuase mejor
a mí el de “Letras” y, curiosamente, entre ambas opciones todas las asignaturas
eran comunes excepto Latín y Griego por una parte y Matemáticas y Física por
otra. El director del colegio había dado con la clave: los suspensos que
arrastraba en Matemáticas y Física del curso anterior se cambiarían por las
asignaturas de Latín y Griego del curso anterior.
Fue así como di un giro importante a mi formación. Me
puse a estudiar de forma intensiva Latín y Griego –tanto del curso anterior
como del que estaba inmerso en ese año- y el resultado no pudo ser más
satisfactorio: saqué adelante las dos asignaturas pendientes además del curso
normal de aquél año, aunque fuese con las recuperaciones de algunas asignaturas
en septiembre.
Pero ¿qué fue de mi relación con Manuel Prieto después de
aquello? Como he dicho, había una conexión especial entre nosotros y eso era
algo que no podía matar ni el tiempo ni la distancia. Él había dejado el
colegio y se había marchado a vivir a Zaragoza para dar clases en el Instituto
Laboral de aquella ciudad. A partir de ese momento nuestra relación fue
epistolar y durante varios años estuvimos escribiéndonos cartas.
Bueno ¿y qué? Posiblemente penséis que eso no tiene nada
de particular, pero... os equivocáis. La comunicación que a partir de aquél
momento mantuvimos por carta fue muy especial puesto que no se trataba de
cartas normales en las que cada uno cuenta lo que ha hecho y pregunta qué tal
le va al otro. Aquellas cartas eran de corazón a corazón, de poeta a poeta, de alumno
inmaduro a alumno ya madurado. Sé que es difícil de entender y, por otra parte,
no tengo intención de plasmar aquí mis interioridades ni las de él. Por este
motivo, para que vosotros podáis comprenderlo, he recogido de aquellas cartas
una serie de párrafos que dan buena idea de lo excepcionalmente atípico de
dicha correspondencia.
Pero hay más, en esta selección de párrafos hay tal
cantidad de reflexiones sobre el ser humano que conviene leerla con
detenimiento para aprovechar toda su riqueza. Eso es también lo que me ha
movido a incluirlas a continuación… que también vosotros podáis conocer al
menos un poquito de las enseñanzas que yo tuve el privilegio de recibir. En las próximas entradas que haga en este blog lo podréis comprobar por vosotros mismos...
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