En aquellos años tenía en el pueblo un profesor
particular que me enseñaba cultura general. Uno de los ejercicios que más me
gustaba era el que consistía en poner “lo contrario de” como, por ejemplo,
blanco-negro, abierto-cerrado... Una vez me puso la palabra “nacer” y como
contrario a esta palabra yo escribí “no nacer”. “Esto está mal –me dijo- lo
contrario de nacer es morir”. “No –le respondí yo- lo contrario de nacer es no
nacer, porque morir es una consecuencia de haber nacido”. Por un momento mi
profesor se quedó pensativo y después sonrió... y me dio la razón.
La casa del pueblo tenía dos plantas, la baja –que era
más fresca- la utilizábamos para el verano, y la superior –que tenía
calefacción central, algo que era un lujo en aquella época- para el invierno.
Esa casa era de mis abuelos aunque ellos sólo pasaban allí algunas temporadas.
Con una planta cuadrangular, la recorría un enorme pasillo con ventanas a un
gran patio central. Entre un piso y otro, junto con las dependencias del corral
en donde había despensas, almacenes, cocina para la matanza, etc. había más de
40 habitaciones. Está claro que un universo tan amplio de espacios por
explorar, era un excelente caldo de cultivo para potenciar la imaginación de un
niño.
El profesor –viendo que yo disfrutaba con esos
ejercicios- seguía poniéndome nuevos retos: árboles de hoja caduca, ríos de
España, prendas de vestir... yo tenía que buscar en mi imaginación el mayor
número de respuestas posibles. Y cuando ya dominaba suficientemente el
vocabulario, me introdujo en el mundo de la redacción. “Escribe diez líneas
sobre lo que has hecho este domingo”, me decía, por ejemplo, y yo trasladaba al
papel lo que hubiera dicho de viva voz.
Encontraba tanto placer en escribir que ya no me bastaba
con “hacer los deberes” sino que me animé a escribir mi primera novela. Se
trataba de una narración de nueve páginas de extensión (de un cuaderno pequeño)
a la que titulé “Federico Barbarroja” y contaba las andanzas de un soldado
“valiente y cabezudo”. La historia, plena de acción y humor, tenía algunas
incongruencias realmente divertidas. Por ejemplo, el soldado tenía 20 años y su
madre 91, es decir, que lo parió a los 71 años de edad; más años como gestante
primeriza que Santa Ana, según creo recordar.
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