domingo, 10 de diciembre de 2023

Un novelista de 8 años de edad

En aquellos años tenía en el pueblo un profesor particular que me enseñaba cultura general. Uno de los ejercicios que más me gustaba era el que consistía en poner “lo contrario de” como, por ejemplo, blanco-negro, abierto-cerrado... Una vez me puso la palabra “nacer” y como contrario a esta palabra yo escribí “no nacer”. “Esto está mal –me dijo- lo contrario de nacer es morir”. “No –le respondí yo- lo contrario de nacer es no nacer, porque morir es una consecuencia de haber nacido”. Por un momento mi profesor se quedó pensativo y después sonrió... y me dio la razón.
 
La casa del pueblo tenía dos plantas, la baja –que era más fresca- la utilizábamos para el verano, y la superior –que tenía calefacción central, algo que era un lujo en aquella época- para el invierno. Esa casa era de mis abuelos aunque ellos sólo pasaban allí algunas temporadas. Con una planta cuadrangular, la recorría un enorme pasillo con ventanas a un gran patio central. Entre un piso y otro, junto con las dependencias del corral en donde había despensas, almacenes, cocina para la matanza, etc. había más de 40 habitaciones. Está claro que un universo tan amplio de espacios por explorar, era un excelente caldo de cultivo para potenciar la imaginación de un niño.
 
El profesor –viendo que yo disfrutaba con esos ejercicios- seguía poniéndome nuevos retos: árboles de hoja caduca, ríos de España, prendas de vestir... yo tenía que buscar en mi imaginación el mayor número de respuestas posibles. Y cuando ya dominaba suficientemente el vocabulario, me introdujo en el mundo de la redacción. “Escribe diez líneas sobre lo que has hecho este domingo”, me decía, por ejemplo, y yo trasladaba al papel lo que hubiera dicho de viva voz.
 
Encontraba tanto placer en escribir que ya no me bastaba con “hacer los deberes” sino que me animé a escribir mi primera novela. Se trataba de una narración de nueve páginas de extensión (de un cuaderno pequeño) a la que titulé “Federico Barbarroja” y contaba las andanzas de un soldado “valiente y cabezudo”. La historia, plena de acción y humor, tenía algunas incongruencias realmente divertidas. Por ejemplo, el soldado tenía 20 años y su madre 91, es decir, que lo parió a los 71 años de edad; más años como gestante primeriza que Santa Ana, según creo recordar.
 

“De casta le viene al galgo” según un dicho popular…
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