martes, 12 de diciembre de 2023

Un 10 que marcó mi vida

En el campo de la Literatura (que era, evidentemente, la asignatura que más me gustaba, junto con las Ciencias Naturales) disfrutaba cada vez que me mandaban hacer alguna redacción. A la edad de 12 años llamó la atención de mis profesores mi capacidad para escribir y publicaron una de mis redacciones en la revista del colegio. Se titulaba “La primera vez que vi el mar” y decía cosas como esta:
 
“De sitio en sitio por los lugares costeros. Y a mi alma le pregunto ¿cómo será el mar? Por los caminos del mundo voy en busca de un algo. Y cada vez que pienso en ese algo, más aumenta mi desconcierto y por mi mente pasan más de mil pensamientos. Por más que lo pienso no acierto a imaginar: ¿Cómo será el mar? Mi viaje se detiene, mientras una voz dice: ‘¡Hemos llegado al mar!’. Es de noche y no lo veo. Yo quiero verlo. Y mientras más miro, menos veo. Yo me consuelo diciendo: ‘Hemos llegado al mar’”.
 
Estaba escrita en prosa aunque instintivamente buscaba la rima en algunos párrafos, lo cual no hacía sino estropear la narración. Pero, a fin de cuentas, era un incipiente escritor que se estaba haciendo a sí mismo. Por eso supuso una gran ayuda lo que sucedió un buen día, a los 13 años de edad, cuando estaba en clase de Literatura. El profesor, Eloy Rada García, nos había mandado escribir una redacción. Los alumnos escribíamos afanosamente en nuestro cuaderno, buscábamos en nuestro cerebro ideas que transmitir, nos rascábamos la cabeza... y mientras tanto, Eloy se paseaba entre nosotros para que permaneciésemos inmersos en nuestra tarea sin distracciones de ningún tipo, en medio de un silencio sepulcral. Según fuimos finalizando –ya no recuerdo si yo fui uno de los primeros o de los últimos en entregar la redacción- el profesor recogió los cuadernos y se los llevó para corregirlos. Al día siguiente, en clase, comenzó a repartir los cuadernos con las notas correspondientes que siempre ponía con un lápiz rojo. Cuando me entregó mi cuaderno vi que allí había algo fuera de lo normal; no se había limitado a escribir la nota sino que había escrito un párrafo. Decía así: “Con toda alegría le felicito y le animo; tal vez por este camino que tiene pasos de niño, Vd. llegue a dar pasos de gigante. 10”. Evidentemente, el “10” era lo que menos me importaba (entre otras cosas porque en Literatura estaba sacando mis mejores notas); lo que me llenó de una inmensa alegría fue aquella frase de ánimo, de valoración positiva de cuanto había escrito.
 
Aquella redacción no es que fuese gran cosa, pero teniendo en cuenta que estaba escrita en vivo y en directo, improvisada allí mismo, por un niño de 13 años, tenía un nivel bastante superior a la media y decía cosas como esta:
 
“Entre la alta hierba y bajo el amparo de los gigantescos árboles, corre un hermoso río. Su corriente incansable de agua es como el corazón del bosque. Atraviesa las grandes montañas y vadea las colinas siempre sin detenerse. Visto desde lo alto de su nacimiento, y observando su recorrido, parece no morir nunca. Él es la vida de todos…”.
 
Al finalizar la clase me dirigí hacia el profesor y le dije que me gustaba mucho escribir y que también escribía poesías.  Eloy me dijo que le gustaría ver alguna de esas poesías y entonces quedé con él en llevarle alguna al día siguiente. Así lo hice y cuando las vio, me preguntó si de verdad quería ser escritor y desarrollar esta faceta, a lo que respondí que sí, sin dudar.
 

Así se hace un escritor…
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