Muchos jefes y directivos se empeñan en que todos los
miembros de su equipo sean amigos entre sí. Creen con ello que irán mejor las
cosas, que se sentirán más identificados con la empresa, que estarán más
motivados y... posiblemente también, que les será más fácil manejarlos.
Craso error. En cualquier equipo hay personalidades y
trayectorias muy diversas y tratar de conseguir que se unan entre sí en una
fuerte amistad es como querer unir agua y aceite. Es cierto que pueden y deben
existir puntos comunes y sobre ellos debe trabajar el jefe, pero eso no implica
que deban ser amigos; y no por no serlo habrá de ser mala la convivencia.
“No todos tienen que ser amigos entre sí, aunque sí deben
caminar juntos”. Esta es la idea, tal como la plasma Diego Pablo Simeone en su
libro “El efecto Simeone (la motivación como estrategia)”.
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