Mientras la reina Beatriz de Holanda ha dado un excelente
ejemplo y se ha gando más aún el aprecio de los suyos, el rey Juan Carlos ha
dado –otra vez- un pésimo ejemplo.
La reina Beatriz de Holanda, en plenas facultades fichas y mentales,
es consciente de su avanzada edad y por eso, en un gesto que marca precedentes,
ha abdicado para dar paso a su hijo mayor como rey de su país.
Mientras tanto en España, el rey Juan Carlos, el cual tiene
un hijo perfectamente preparado para ser rey y además más querido por la
población que él (al menos Felipe no genera tantas antipatías como su padre) ha
dejado bien claro que no piensa abdicar y que sólo la muerte será capaz de
arrancarlo de su trono. Y además ayer dio una nueva muestra de su chochería al
dar rienda suelta a un capricho de niño malcriado. Cuando aún camina con
muletas y tiene restringida al máximo su agenda política, resulta que su
primera salida ha sido... ¡para ver un partido de fútbol! ¿Es que no había
cosas más importantes? ¿Es que merecía la pena arriesgar su inexistente sentido
del equilibrio para provocar con esta salida una nueva caída y una nueva
fractura? Para colmo, ese partido no era la final de Copa del Rey (a la que
debe acudir en cumplimiento de sus obligaciones salvo que la enfermedad lo
impida), ni siquiera era una final europea (en cuyo caso está bien visto que se
desplacen los máximos dirigentes de cada país), sino simplemente un partido de
semifinales de un equipo de mercenarios (de los 11 jugadores 8 eran extranjeros
y cuando acabó, de los 11 jugadores 9 eran extranjeros = ¡total españolidad de
ese equipo! ¿verdad?).
Por supuesto que un rey, como cualquier persona, puede tener
sus preferencias personales hacia un equipo de fútbol, pero una cosa es eso y
otra muy distinta dar ejemplo de que su salud está muy mal para unas cosas pero
sí está bien para satisfacer sus caprichos personales. Esta vez el rey no se ha
caído al suelo, pero sí que ha caído muy bajo –otra vez- ante la opinión
pública de millones de españoles.
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