- Eso es mu viejo -contestó Miñambres-. El gato, porque es gato y además araña.
- No -dijo sonriendo-, su hermana, porque es zorra y además cobra.
Antes de que acabara de decir la última frase se percató de que había metido la pata hasta el corvejón cuando observó cómo se le hinchaba la vena del cuello al sargento. Este se quedó mirándole fijamente con los ojos inyectados en sangre y el pobre infeliz pensó que había llegado su momento, a menos que se produjese un milagro. Y el milagro surgió. Como una aparición, en el lugar que menos esperaban, había un hombre vestido con un pijama de hospital mirando babeante un mostrador de embutidos... ¿Era él?
- ¡Altooooooooooooooooooooo! -gritó tan fuerte como se lo permitió su capacidad pulmonar. El automóvil dio un frenazo en seco.
- ¡Mi sargento, es el interfecto que se ha escapado del hospital ¡Sin ninguna duda!
Miñambres olvidó por un momento su cabreo y saltó del vehículo a lo Chuck Norris, con más voluntad que estilo, porque se torció un tobillo en el intento. Sin embargo eso no le iba a detener. Lo de este hombre era ya una cuestión de honor. Se había escapado tres veces del hospital y era un testigo fundamental en un caso que cada vez tenía peor pinta. Esta vez lo iba a trincar de una vez y lo pondría bajo vigilancia.
Toribio estaba tan embelesado frente al mostrador que no se percató que se le echaban encima.
- Queda usted detenidu. Acompáñenos al cuartelillu" -le dijo Miñambres esposándolo sin mayor miramiento.
Toribio, que llevaba días soñando con un bocata de mortadela, no supo ni cómo reaccionar. Cuando le metieron en
el coche empezó a berrear, a decir que aquello era un atropello, que de qué le acusaban, que estaba harto del acoso policial... hasta que Miñambres le dio la réplica.
- Mire usted, no me toque las pelotas, llevamos detrás de usted ni se sabe el tiempo y me están empezando a cabrear sus idas y venidas. No sé lo que se trae entre manos, pero más le vale que no me la vuelva a jugar o le juro, por la gloria de mi padre, que se arrepiente.
Ante aquél argumento tan convincente, Toribio puso punto en boca. Quedó mohíno y acurrucado en la parte de atrás, acompañado de Peláez, con más hambre que el perro de un afilador y con un sentimiento de injusticia que le corroía.
Fue entonces cuando vio a lo lejos a la causante de sus males, de sus desgracias. La pérfida de Violeta salía de un centro comercial cargada de bolsas y fumando con despreocupación. Ella, que había intentado asesinarle; ella, que había estado corneando a su marido con el desgraciao de Monteperales; ella, que seguramente había maquinado todo para que no hablara...
"Esta es la mía", pensó. Toribio echó mano a la Star de Peláez y saltó por la ventanilla como un gato, con las esposas y todo... Peláez quedó pasmado, Miñambres y Chencho no daban crédito a lo que veían.... Salieron del vehículo persiguiendo a Toribio que corría como un gamo.
“El dulce gorjeo del buitre en celo”: https://www.bubok.es/libros/210805/El-dulce-gorjeo-del-buitre-en-celo
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