martes, 2 de marzo de 2021

Un cadáver exquisito (121)

Capítulo 118.- No hemos terminado aún, bailaremos sin parar, hasta la noche acabar. Tu tu tu tuuuu
 
La verdad es que esas últimas horas habían sido más intensas que todos los años que ya llevaba casado con Violeta, pensaba Pedro Bareta en el Hummer en dirección a su casa.
Aunque se lo contase a alguien… nadie le creería.
Había quemado su chalet en la sierra y casi el de su jefe -que poco había faltado-, estuvo a punto de achicharrar a sus hijos dentro, arrancó un bidet y lo empotró sobre  la  puerta  del baño para poder salir, había sufrido un principio de infarto, había descubierto que su mujer le ponía los cuernos con su jefe y vecino, que este tenía negocios de legalidad dudosa, se había enfrascado en una pelea múltiple en una habitación de hospital, estaba colaborando con un ruso agente doble, acababa de robar un Hummer y había entrado en los archivos de sus empresa con una identidad falsa robando documentación y borrando como un James Bond cualquier pista que le involucrara… ¡que movidón!
Pero ahora... tenía que poner a Violeta, Violetita, en su sitio. “¡Se va a cagar ese putón verbenero!... ¡Un nuevo Pedro Bareta esta en la ciudad!”, pensó.
Mientras se generaban estas reflexiones de subidón adrenalítico… Kurkowsky estaba pensando que era mejor darse la vuelta, olvidar lo que pudiera estar pasando en Tomelloso y tener controlado al Bareta que tenía más peligro que una piraña en un bidé. Además estaba loco por deshacerse del tonto que tenía de acompañante. “¡Que hostias! –pensó-. Lo dejo tirado aquí mismo. Y que le den”.
Se dirigió a Toribio y le dijo:
- Mire usted, voy a dar la vuelta para ir a ese bar… a mí me está entrando hambre. Vamos a parar a comer algo. ¿OK?
- Naturaca… -le contestó Toribio, que sólo mentarle la palabra comer hacía que se le aparecieran cerditos volando alrededor de su cabeza.
Kurkowsky dio la vuelta y se metió en el aparcamiento del mesón “Rocinante”. Abrió la puerta del coche y lo invitó a salir. En ese momento, por la carretera apareció el Land Rover de Miñambres, Chencho y Peláez. Este último, que iba mirando, reconoció a Torribio y gritó:
-¡Pa pa pa paraaa! ¡El el To to ribio a allí allí está!
El sargento Miñambres, que también los vio, dio la orden:
- Para, Chencho, da la vuelta, que hemos pillau a unos pajaricus.
Chencho pegó un frenazo en seco, “¡iaaaahhhhhhh!” y dio  la vuelta  cantando:  “Pajaritos, a  bailar  cuando  acabas  de nacer, tu colita has de mover, tutututuuuu…”.

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