Capítulo 1.- Ultimando detalles
Coro Elizalde, una joven rubia,
delgada, de buen ver, se hallaba trabajando en las dependencias del museo
catedralicio de Santiago de Compostela. Como empleada de una empresa de
sistemas de seguridad, comprobó una vez más, antes de abandonar el recinto, que
la cámara 3 estaba enfocando a un ángulo muerto y que la 4 y la 5 se dirigían
pasillo y al despacho del director, respectivamente. La 1 y la 2 no le
preocupaban. Esas estaban controladas, o al menos eso esperaba.
- ¿Terminas ya, rapaza?- le
preguntó uno de los empleados de seguridad del museo catedralicio.
- Ya casi está, paciencia- le
respondió.
Se dirigió al ordenador que
controlaba el sistema y, cuando estaba segura que nadie la observaba, sacó un
pendrive y lo pinchó en uno de los puertos USB. Pese a que había repasado el
plan mentalmente más de una docena de veces, en ese momento se quedó bloqueada.
No se acordaba en qué carpeta tenía que instalar el ejecutable para que no
pudiera ser detectado por el antivirus ni pudiera localizarse en el sistema. Le
había dado la paliza a Unai durante semanas para que le explicara, paso por
paso, cómo tenía que proceder. Unai era un crack y tenía una paciencia infinita
ante los limitados cono-cimientos de Coro sobre informática.
Afortunadamente para ella, y pese
a que le sudaban las palmas de las manos y sentía un calor cada vez más
agobiante, su memoria no falló y fue derecha a la carpeta corres-pondiente, en
la raíz del ordenador donde tenía que instalar el programa. La operación apenas
llevó unos minutos. A continuación se aseguró, tal y como le había explicado
Unai, de borrar todos los pasos que pudieran delatar una presencia no deseada
en el sistema y recogió el pendrive, justo en el momento en el que, de nuevo,
el hombre de la puerta la volvió a llamar
- ¡Chica! ¿Qué carallu haces?
Mira que me tengo que ir a casa ya, que si no se pondrá la mujer hecha una
furia, si tiene que esperarme para la cena...”
- Ya he terminado- se apresuró a
replicar mientras recogía todas sus cosas-, perdone Ud.
- No, si a mi me da lo mismo,
pero es que, desde lo del robo, la seguridad se ha reforzado al máximo, así que
debo dejar esta sala cerrada con llave y tengo que entregarla en el mostrador
de recepción cuando salga, aunque sea para tomar un café en el bar de la
esquina...
- Ya me lo figuro, por eso estoy
yo aquí. Después lo que ocurrido, en mi empresa tienen órdenes de que, ante
cualquier eventualidad con las cámaras de vigilancia, se tomen las medidas
necesarias para asegurarnos de que todo está correcto. Y ahora lo está
Mientras que el ordenanza le
comentaba detalles de su jornada laboral y de lo pesados que se ponían con el
tema de las llaves el director y el secretario, ella fue recorriendo con la
mirada las distintas estancias por las que pasaban, las puertas que cerraba con
llave y los sistemas de seguridad adicionales que habían instalado por todo el
perímetro.
Llegando a la Plaza del
Obradoiro, el frío húmedo de la noche de Santiago se le pegó con fuerza en la
cara, devolvién-dola a la realidad. El primer paso ya estaba dado. No había
marcha atrás.
Llevaba tanto tiempo planeándolo
que, una vez realizado, le costaba trabajo creer que finalmente lo había
llevado a cabo. Desde los 10 años había imaginado todo tipo de argucias y métodos
para robar el códice Calixtino. No eran fantasías de una niña. Era una idea
recurrente que con el tiempo, había llegado a ser algo casi obsesivo. Desde los
planes más rocambolescos que le pueden pasar por la cabeza a una adolescente, a
actuaciones verdaderamente elaboradas, basadas en numerosas horas de estudio
del entorno y del libro.
Cuando meses atrás la noticia del
robo del códice Calixtino salió en todos los informativos, Coro se quedó
perpleja, y aún más el día que se descubrió la identidad del ladrón y las
motivaciones tan burdas que le llevaron a cometer el hurto. Pero ahora estaba
ubicado en un nuevo recinto, un lugar al que ella –gracias a su trabajo en una
empresa de seguridad- tenía acceso y estaba decidida a perpetrar su venganza.
Hoy lo había visto tan cerca como nunca antes. Era hermoso, regio, imponente.
Sin embargo, lejos de inspirarle respeto alguno, sólo sentía un rencor inmenso
al observarlo.
Se metió en una de las tascas que
salen de las bocacalles de la plaza para tomar algo caliente antes de irme a
casa. Pidió un caldo y se sentó en una mesa cercana a la puerta. Miró el móvil
y vio que tenía una llamada perdida de Unai. Cuando iba a llamarlo cayó en la
cuenta de lo agotada que la había dejado la tensión del momento. De hecho, no
era capaz de pensar en nada, tenía la cabeza embotada.
- Será mejor que le llame mañana,
hoy no me encuentro con fuerzas para explicarle todo”- pensó mientras se dirigía
al coche. Todavía le quedaba un buen rato para llegar a Larrasoaña y no quería
entretenerse. Mientras se alejaba de la ciudad, empezó a visualizar mentalmente
la segunda etapa de su arriesgado plan...
Continuará...