jueves, 22 de diciembre de 2016

Pasión en remojo

En esta historia real que os voy a contar no citaré la ciudad donde tuvo lugar ni los nombres de los protagonistas, ni cualquier otra indicación que os permita averiguar quiénes fueron. Sólo os diré que eran dos Visitadores Médicos de un laboratorio, él y ella, que muy pronto comenzaron asentirse atraídos el uno por el otro. Cada uno trabajaba en una zona diferente y sólo se veían cada dos meses, cuando se organizaba una reunión de ciclo y todos los Visitadores de la zona se reunían un par de días para estudiar los nuevos folletos y argumentos que debían presentar a los médicos, al tiempo que se revisaban la evolución de ventas y el cumplimiento de sus objetivos de ventas. Pero todas las reuniones tienen también su parte lúdica y su tiempo libre, propicio a crear buen ambiente y entendimiento entre los componentes del equipo. En este caso, no obstante, ese entendimiento fue a más, y como los contactos entre ambos eran esporádicos (ya hemos dicho que cada dos meses) cada vez que se veían la pasión alcanzaba cotas insospechadas.

En la ocasión que viene al caso, diré que la reunión de ciclo tuvo lugar en una ciudad con puerto de mar, y como los puertos por la noche suelen ser lugares tranquilos y solitarios, nuestros dos ardientes tortolitos se fueron hacia allí en el coche de uno de ellos. Amparados por la penumbra y en el confort del interior de aquél coche, dieron rienda suelta a su pasión... pero también dieron rienda suelta –sin querer- al freno de mano, y como la zona en donde habían aparcado estaba en ligera cuesta, el coche comenzó a rodar... hacia el mar. Cuando quisieron reaccionar ya era tarde, el coche se precipitó a las frías y oscuras aguas del puerto con nuestros dos ardientes amantes dentro del coche y no sabemos si al entrar en contacto con el agua se escuchó ese rumor típico que sueltan los cuerpos ardientes cuando de repente se sumergen en agua fría: fssssst!!!

Afortunadamente pudieron salir a nado, aunque hizo falta una grúa al día siguiente para sacar el coche. Sin embargo lo peor fue llegar los dos juntos, chorreando agua, hasta el hotel donde se alojaban todos los compañeros de trabajo, siendo imposible pasar desapercibidos y siendo imposible inventar ninguna excusa. Aquella pasión que habían intentado mantener en un discreto silencio no sólo paso a ser de dominio público sino de carcajadas públicas y bromas continuas.

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