En su afán por agasajar a los médicos para que luego estos receten sus
productos, los laboratorios suelen invitarlos a congresos, reuniones, simposios,
mesas redondas, y todo lo que se tercie. Los laboratorios serios suelen
vestirlo de “carácter científico” para que quede bonito y “ético”, así que
suelen organizar alguna sesión científica como pretexto y alrededor montan toda
una parafernalia de agasajos, desde el viaje, a las visitas turísticas
exclusivas, pasando por copiosas comidas y cenas, buenos hoteles, distintos
detalles de agradecimiento, y muchas y constantes reverencias por parte de los
Delegados del laboratorio que los guían y acompañan.
Pero no penséis que esto es exclusivo de España, que en todos los
países pasa lo mismo, y este es el caso al que me voy a referir ahora. Resulta
que la filial belga del laboratorio en donde trabajaba, quiso organizar unos
viajes turísticos con médicos belgas para que visitasen España, pero eso tiene
poco de ciencia médica, así que había que adornarlo. Para ello pensaron que una
buena idea sería organizarles una visita a la fábrica que la filial española
tenía en Galicia, cerca de Vigo, conscientes que los hoteles españoles son muy
buenos y el marisco... ¡no digamos! Se pusieron en contacto con el presidente
de mi laboratorio para pedirle ese favor y este accedió... pasándome a mi el
muerto: tendría que ocuparme yo de vestir de ciencia esa visita.
Hablé con el director de la fábrica y este, amablemente, se escaqueó;
como mucho logré sacarle que diera un saludo de bienvenida a los médicos belgas
y luego le endosase al Jefe de Fabricación la visita guiada por las
instalaciones. Toda la parte “científica” me tocó, pues, a mi.
Se me ocurrió que, como acababa de hacer un folleto corporativo
contando la historia de la compañía, podía llevar eso al cine, es decir, hacer
un audiovisual con el cual contarles la historia de investigación y
descubrimientos de mi laboratorio, y así entretenerlos. También me preparé una
presentación Powerpoint para ponerles al día de nuestros recientes lanzamientos
y de las nuevas moléculas que estábamos investigando. Con eso ya tenía una
justificación “científica” para la visita y a los responsables de la
organización del viaje les pareció perfecto... siempre que no ocupase mucho
tiempo ya que no querían pasar más de tres o cuatro horas en la fábrica puesto
que tenían un programa muy apretado de visitas a bodegas, restaurantes, monumentos
arquitectónicos, etc. Claro que yo ya me olía el percal y sabía qué era lo que
de verdad le gustaba a los médicos, así que hablé con el cocinero que llevaba
el comedor d empresa y le dije que para ese día tuviese preparada a modo de
bienvenida, unas abundantes tapas de empanada gallega (nunca he probado una
mejor que la que preparaba este cocinero) y unas cuantas (cuantas más mejor)
botellas de Albariño para acompañar.
Por fin llegó el día y aparcaron en la explanada de la fábrica dos
autocares de donde se fueron bajando 70 u 80 médicos belgas. El personal de
cocina se apostó a ambos lados ofreciéndoles la empanada y el vino. Su cara
cambió de expresión cuando comenzaron a degustar esos majares... y lejos de
continuar su camino hacia el salón donde habría de impartirles mi charlas
“científicas” se quedaban pegados como lapas a las bandejas de empanada y copas
de vino. Costó mucho trabajo apartarles de allí y conseguir que pasaran al
salón... en realidad cuando lo hicieron apenas si quedaban unas migas de
empanada en las bandejas y ni una sola gota de vino en las botellas.
Fue así como me enfrenté al grupo de médicos más contento que jamás
había visto. Primero les saludó brevemente el director de la fábrica y luego
puso pies en polvorosa y me dejó solo frente a ellos. Les hice la presentación
(no me extendí mucho porque ya se veía en el ambiente festivo que aquello les
importaba bien poco). Cuando terminé, una gran salva de aplausos atronó en la
sala. Después se proyectó el audiovisual (menos mal que sólo duraba 10 minutos)
y, al comprender que eso ya era lo último, sus aplausos resonaron más
atronadores aún. La verdad es que no llegaron a cantar el “Asturias patria
querida...”, quizás porque eran belgas, pero poco les faltó.
Después hicieron una breve visita a la fábrica, entre risas y bromas en
su idioma, y subieron de nuevo a los autobuses para ir a comer... y beber de
nuevo.
Poco después, los responsables de nuestra filial belga me dio una mala noticia:
había tenido tantísimo éxito aquella experiencia, que querían repetirla varias
veces más. Y como podéis suponer, a mi me tocó entretener y emborrachar a los
médicos belgas. Más de 400 –en distintas tandas- llegaron a vivir (y a beber)
esta experiencia.
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