Le decían a Spiderman: “Todo poder conlleva una gran responsabilidad”.
Eso mismo es aplicable al poder social de los cargos en organizaciones de todo
tipo (empresariales, políticas, religiosas, culturales, etc.). El poder no debe
utilizarse para “mandar” en los demás, sino para dirigir y asumir unas acciones
que vayan en beneficio del grupo que nos ha dado dicho poder. Entendido así, el
poder es una obligación, no un privilegio; no es algo que nos deba enorgullecer
sino algo que debemos asumir con humildad y sencillez y poner al servicio de
los demás.
El que manda debería aprender que los objetivos no se
alcanzan dando órdenes, sino creando un espíritu de equipo que anime a todos
sus integrantes a conseguirlo. Y para ello el “jefe” debe ser alguien que
escuche, comprenda, acepte sugerencias, innove, motive, aporte y, en definitiva,
sea el motor escondido y silencioso que sabe sacar lo mejor de cada uno de los
integrantes de su grupo.