Para terminar esta relación de historias surrealistas
acaecidas en la cuna de uno de los grandes genios del surrealismo, Salvador
Dalí, os contaré cómo acabó aquella visita a la que durante tantos años fue su
casa. Si recordáis, al llegar hice una foto de la casa y al mirar el resultado
comprobé cómo habían quedado fotografiadas sobre aquella casa dos nubes con
forma de bigotes dalinianos. Ya en el interior hice una foto a un espejo en
donde me reflejaba, y al contemplar el resultado pude ver cómo el destello del
flash se asemejaba a mi alma expandiéndose de mi cuerpo, pero además... habían
aparecido dos figuras femeninas, una a cada lado, que –aunque quizás fuesen
turistas esperando turno- parecían ángeles guardianes pendientes de nuestro
cuidado tal como su actitud y posición mostraban.
Pues bien, ya llegamos al final. De regreso al coche, abro
el portón trasero y ¿qué me encuentro sobre la repisa? Ni más ni menos que una
pluma, quizás de paloma pero quizás también dejada allí por un ángel como
testimonio de su presencia.
Debo decir que llevo 42 años conduciendo y he tenido 16
coches a lo largo de mi vida; pues bien, jamás ha entrado nunca en mi coche una
pluma de pájaro que haya quedado perfectamente fijada en el centro de la repisa
trasera, tal como sucedió ese día. Allí permaneció unos días y después, como por arte de magia, volvió a desaparecer...
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