martes, 30 de junio de 2020

¿Qué salvarías de un incendio?


Cuando suena la alarma o se escucha a alguien gritar “¡fuego!”, el corazón se acelera y la razón se nubla; todos tendemos a escapar en estampida y salir de allí cuanto antes, sin reparar en qué ropa llevamos puesta o si debemos llevar con nosotros algo de valor (dinero, joyas, documentación, etc.) para salvarlo de las llamas. Esto sucede con los adultos, pero también con los niños, aunque en estos últimos su razonamiento no es igual que en los adultos. Así me sucedió una vez siendo niño y así mostré cuales eran mis prioridades a la hora de salvar lo más valioso en un incendio…


Cuando tenía 10 años y me encontraba en casa con mis padres –debía ser la hora de cenar, más o menos- surgió la alarma: humo por la escalera y unos gritos diciendo “¡fuego!”. La histeria hizo acto de presencia y mis padres nos conminaron a que saliésemos a la calle cuanto antes. Pero si era verdad que había fuego, yo no podía irme dejando allí mis más sagradas pertenencias. No obstante sólo tenía dos manos y estaba claro que si salía era para no volver a entrar hasta que se hubiese apagado el fuego y por lo tanto tenía que escoger muy bien qué salvaba del fuego puesto que sólo haría un viaje de salida. En fracción de segundos decidí qué (a quién) salvaría del fuego: a mi periquito (con su jaula, naturalmente), a mi álbum de cromos, y al pez que tenía en una pecera redonda de cristal. Con esas tres sagradas pertenencias bajé a la calle (a esa edad no recuerdo, ni me fijé, qué cosas habían salvado mis padres y hermanos) y poco después se aclaró todo que quedó en una simple alarma ya que lo único que ardió fueron las faldilla de una mesa camilla y todo quedó en un simple susto.

Como se ve, para un niño las prioridades son otras muy distintas a las de un adulto. Muchos años después, estando en un hotel en Menorca, comenzaron a oírse gritos de “¡fire! ¡fire!” y unos golpes en las puertas de las habitaciones. Como ya estábamos dormidos mi respuesta fue gritarles para que dejasen de hacer el gamberro; poco después, como todo seguía igual, mi siguiente fase fue insultarles para que me dejaran dormir; y finalmente, ante la insistencia, abrí la puerta y vi gente corriendo asustada y un ligero olor a humo en el pasillo. Parecía evidente que aquello era un incendio, así que desperté a la familia y yo cogí lo más sensato: documentación y dinero; lo demás poco importaba, ni siquiera las zapatillas (ya me compraría otras con el dinero). Como la escalera de incendios estaba al lado de nuestra habitación, bajamos enseguida por ella y nos fuimos reuniendo todos en torno a la piscina mientras aguardábamos instrucciones. El espectáculo no podía ser más curioso: algunos habían bajado en calzoncillos, otros perfectamente arreglados e incluso con la maleta, unos se mostraban asustadísimos y otros reían haciendo chistes... Al final el incendio fue cosa de poco, aunque al pasar el humo por los conductos del aire acondicionado todo el hotel se llenó de humo e hizo que la alarma fuese mayor de lo que realmente había sido.

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