La
Plaza del Conde del Valle de Suchil y su adyacente calle de Arapiles, en
Madrid, han servido de escenario de numerosas películas. Yo mismo he sido
testigo de alguno de esos rodajes con toda la parafernalia que se monta
alrededor: coches, vestuario, cámaras, cables, actores, personal auxiliar, etc.
Pero en la película que ahora os voy a contar yo era el único actor, había muy
poca gente en la zona, y la explosión se oyó en muchos metros a la redonda. Así
sucedieron los hechos…
Cuando
era niño me gustaban mucho los
explosivos: los petardos con mecha, los mini cohetes, los “mixtos” que eran
unos papelillos con un pedazo de pólvora que al rascarlos empezaban a
petardear... y unos nuevos petardos que habían salido que tenían forma de
hatillo, en cuyo interior estaba el explosivo y había que estrellarlos con
fuerza contra el suelo para que explotaran. Recuerdo que jugábamos muchas veces
tirándonos unos a otros estos petardos a los pies y haciéndolos explotar
mientras el atacado pegaba un salto más por el susto que por el peligro real.
Un
día volvía contento a casa, por la calle Arapiles, con una buena provisión de
esos petardos en mi bolsillo. Tan contento iba que caminaba al trote,
balanceando los brazos alegre. Pero en uno de esos balanceos, mi mano golpeó el
bolsillo y... ¡Boooom! Explotaron todos dentro de mi bolsillo.
La
gente se volvió asustada por aquél estruendo y yo aceleré el paso tratando de disimular
al más puro estilo “yo no he sido, ¿qué ha pasado? Yo acabo de llegar”. Pero
también aceleré el paso para llegar cuanto antes a casa porque sentía un
escozor no muy agradable en mi muslo. Al llegar a casa miré el bolsillo y
estaba completamente chamuscado y mi muslo lleno de puntitos negros, como
granitos de pólvora incrustados en la piel. La explosión fue de campeonato, aunque
a mí me hubiera gustado provocarla de otra manera.
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