No hay que ir contra la Naturaleza. No se puede taponar
un volcán porque nos apetezca construir una ciudad en ese terreno. La
Naturaleza es sabia y ha inventado eso que llamamos “la selección natural de
las especies”. De esta forma, sólo los individuos mejor dotados de cada especie
serán quienes sobrevivan y quienes transmitan sus genes a sus descendientes.
Cuando un guepardo persigue una manada de antílopes para poder comer, dará caza
al antílope que esté más viejo o más enfermo. De esta forma, los antílopes que
van quedando en la manada son ejemplares sanos y fuertes, que transmitirán esa
salud y ese vigor a sus descendientes.
Esta es una ley de la Naturaleza, y para los creyentes en
algún Dios es una ley creada por ese Dios.
El hombre moderno ha roto esta ley y por ello el ser
humano en vez de progresar se ha ido deteriorando con el paso del tiempo.
Pero la Naturaleza también sabe reaccionar y cuando hay
una superpoblación de conejos, por ejemplo, surge una enfermedad que diezma su
población. De igual manera la superpoblación de humanos imperfectos sobre la
Tierra tiene mecanismos de corrección. Algunos, inconscientemente, los ha
creado el propio ser humano, tales como las guerras o los abortos voluntarios
como método anticonceptivo; pero otros los ha puesto en marcha la propia
Naturaleza, tales como los terremotos, las inundaciones, los huracanes, los
tsunamis… y el Covid-19.
Dejemos que la Naturaleza haga su trabajo. Hay que seguir
mirando adelante y mirando también dentro de nosotros mismos. ¿Para qué estamos
aquí? Para dos cosas: aprender y reproducirnos. Aprendamos y transmitamos esa
información a nuestros descendientes, y que se reproduzcan aquellos individuos
capaces de sobrevivir a las pruebas que nos envía la madre Naturaleza (o que nos
envía Dios en el caso de los creyentes).
Quizás no te habías dado cuenta de una cosa tan sencilla
como esta: Nuestro cuerpo no es inmortal y tú la vas a palmar tarde o temprano.
Hay que aceptar nuestro lugar en la cadena de la vida y no interferir en los
planes de la Naturaleza (o de Dios si eres creyente).
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