miércoles, 24 de junio de 2020

El coronavirus y la selección natural de las especies


No hay que ir contra la Naturaleza. No se puede taponar un volcán porque nos apetezca construir una ciudad en ese terreno. La Naturaleza es sabia y ha inventado eso que llamamos “la selección natural de las especies”. De esta forma, sólo los individuos mejor dotados de cada especie serán quienes sobrevivan y quienes transmitan sus genes a sus descendientes. Cuando un guepardo persigue una manada de antílopes para poder comer, dará caza al antílope que esté más viejo o más enfermo. De esta forma, los antílopes que van quedando en la manada son ejemplares sanos y fuertes, que transmitirán esa salud y ese vigor a sus descendientes.

Esta es una ley de la Naturaleza, y para los creyentes en algún Dios es una ley creada por ese Dios.

El hombre moderno ha roto esta ley y por ello el ser humano en vez de progresar se ha ido deteriorando con el paso del tiempo.

Pero la Naturaleza también sabe reaccionar y cuando hay una superpoblación de conejos, por ejemplo, surge una enfermedad que diezma su población. De igual manera la superpoblación de humanos imperfectos sobre la Tierra tiene mecanismos de corrección. Algunos, inconscientemente, los ha creado el propio ser humano, tales como las guerras o los abortos voluntarios como método anticonceptivo; pero otros los ha puesto en marcha la propia Naturaleza, tales como los terremotos, las inundaciones, los huracanes, los tsunamis… y el Covid-19.

Dejemos que la Naturaleza haga su trabajo. Hay que seguir mirando adelante y mirando también dentro de nosotros mismos. ¿Para qué estamos aquí? Para dos cosas: aprender y reproducirnos. Aprendamos y transmitamos esa información a nuestros descendientes, y que se reproduzcan aquellos individuos capaces de sobrevivir a las pruebas que nos envía la madre Naturaleza (o que nos envía Dios en el caso de los creyentes).

Quizás no te habías dado cuenta de una cosa tan sencilla como esta: Nuestro cuerpo no es inmortal y tú la vas a palmar tarde o temprano. Hay que aceptar nuestro lugar en la cadena de la vida y no interferir en los planes de la Naturaleza (o de Dios si eres creyente).

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