No creo que yo sea el único que ha perdido la fe en la
Humanidad, pero sí soy uno de lo que ha perdido dicha fe a una edad más
temprana. Esta es la historia…
Apenas contaba cinco años de edad y vivía en un pueblo de
La Mancha, en una gran casa que tenía un gran corral y junto a él unos enormes
almacenes en donde se guardaba todo tipo de cosas. Para evitar que las ratas y
ratones campasen a sus anchas por allí, se permitía la presencia de gatos
callejeros, los cuales tenían allí cobijo y comida (alojamiento y pensión
alimenticia completa) a cambio de ahuyentar a los roedores.
Me gustaba mucho bajar a jugar a aquél amplio corral y
por allí veía a los gatos y ellos me veían a mí. Pronto comenzó un mutuo
interés entre una gata –a la que bauticé como “Minina”- y yo. Fuimos ganando
confianza y esta se acrecentó cuando mis visitas al corral se acompañaron de
algún manjar para ella: unos restos de sardinas, un poco de jamón de York, etc.
Al cabo de un tiempo, cada vez que bajaba al corral sólo
tenía que llamarla suavemente diciendo “Minina, Minina” y a los pocos segundos aparecía ella y se
acercaba a mí ronroneando y restregándose por mis piernas como hacen los gatos
para expresar su cariño (o tal vez es su forma de expresar “tú me perteneces”).
Un día vinieron a visitarnos unos primos de la capital, algunos de mi
edad y otros algo mayores. Les conté que tenía una gata que era amiga mía y los
llevé al corral para presentársela. Llamé a “Minina” y pocos segundos después
apareció ella. Al principio se paró en la distancia al comprobar que yo no
estaba solo, pero volví a llamarla y se acercó a mí. Pero entonces, mis primos
comenzaron a lanzarle gritos y gestos amenazadores entre un estruendo de risas.
Minina desapareció veloz como el rayo.
Al día siguiente bajé al corral y la llamé. No vino. Y
así un día y otro. Me contaron que seguía por allí, porque a fin de cuentas ese
era su refugio y en mi casa seguían dejándole comida a los gatos, pero ya nunca
más acudió de nuevo a mis llamadas.
Sólo tenía cinco años, pero aquello quedó grabado en mi
mente, tanto que no lo he olvidado nunca. Aquél día perdí la fe en el ser
humano, perdí la fe en la civilización.
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