Leía hace un par de días una noticia que me sorprendió. En
un partido de fútbol de regional, el árbitro pitó una falta. El jugador al que
se le había señalado se enfadó y le propinó unos puñetazos al árbitro
derribándolo. No contento con eso se lió a darle patadas hasta romperle el bazo
y si no llega a ser porque los demás jugadores –propios y rivales- lo detienen,
la cosa hubiera podido ser peor aún.
Pero mi sorpresa no viene por ahí, sino por la fotografía
que acompañaba la noticia, y más concretamente por el texto de pie de foto.
Decía así: “En la imagen, el presunto agresor”. ¡Pero bueno, cómo se puede ser
tan imbécil! ¿Presunto? ¡Pero si todo el mundo ha visto cómo le agredía!
Decenas de testigos vieron la escena y muchos de esos testigos tuvieron que
forcejear para separarlo de su víctima (según relata el periodista) e incluso
(en palabras del propio periodista) el agresor reconoció su falta y se mostraba
arrepentido.
Pues resulta que, aún así, el texto dice “presunto agresor”.
Otra cosa muy distinta es que luego un juez pueda dictaminar que estaba
borracho o drogado o lo que le venga en gana para eximirle de culpa, pero lo
que nunca podrá un juez es cambiar la realidad de unos hechos que han visto
decenas de personas. Por consiguiente, aun cuando se le declarase inocente o no
culpable, toda su vida seguirá siendo agresor y el único “presunto” en esta
historia será el periodista, que de “periodista” tiene poco a lo que se ve.
Por desgracia, esta especia de “presuntos periodistas”
prolifera más de lo que parece, y al terrorista –por ejemplo- aunque él mismo
haya reconocido la autoría del atentado, se le llama “presunto terrorista”
mientras que al político (del partido diferente a la línea editorial del medio
que da la noticia, por supuesto) sospechoso de corrupción, se le llama “corrupto” sin
anteponerle ningún “presunto” que valga.
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